¿Cómo
va el mes de agosto? ¿Mucho calor? ¿Mucho frío para los del norte?
Hago
este pequeño salto en las vacaciones para informaros de que la versión en papel de Sara Summers
4: Simplemente Sara se ha adelantado una semana y ya está aquí. ¡Sííí! Os dejo
el enlace:
Y, por
otra parte, aprovecho para publicar los dos
primeros capítulos de este desenlace para ir abriendo boca. Espero que os guste este comienzo. Y publico
dos capítulos porque el capítulo 1 de Simplemente Sara ya lo habéis leído. Ahí empezó
todo... ¡Feliz lectura!
1: El punto de partida
Cántame, me dijiste cántame…
Creo que suena el despertador, pero no
me importa porque hoy no me puedo levantar, como dice la canción de aquel
famoso grupo pop español. Y mañana ya veré, así que puede seguir sonando todo
lo que quiera.
…cántame
por el camino, y agarrado a tu cintura te canté…
Joder, y sigue. «Ignórala».
…a
la sombra de los pinos…
Y encima es la cancioncita de las
narices que me ha puesto Pear como despertador del móvil. Resulta que ahora le
ha dado por el folclore español, por influencia de su madre. ¡Qué manía tiene
de tocar mis cosas!
Sin pensarlo ni un segundo más, doy un
manotazo al móvil para silenciarlo.
Cántame,
me dijiste cántame…
«¿¡No se va a callar nunca!?». Estiro la mano para alcanzar el maldito
aparato, que se encuentra encima de la mesita al lado de mi cama, pero no lo
alcanzo. Me estiro más hasta que… «Vale, ya lo tengo». A continuación, lo lanzo
con toda la fuerza que mi brazo derecho me permite, teniendo en cuenta mi
posición boca abajo en la cama. Me trae sin cuidado donde aterrice, solo quiero
que se calle. Solo quiero dormir.
…cántame
por el camino, y agarrado a tu cintura te canté…
«¡Imposible!». Definitivamente, el
mundo está en mi contra. Siempre cuidando del puñetero móvil como si fuera una
joya preciada, porque al mínimo golpe se rompe, y ahora que quiero que se
muera, ¡ni tirándolo al vacío!
Me levanto de la cama y lo busco.
«¿Dónde habrá caído?». No distingo nada entre tanta oscuridad, por lo que
decido guiarme por el sonido. Me agacho y palpo la superficie del suelo hasta
que por fin doy con él, lo agarro con una mano y apago la alarma. «Ya está». Me
vuelvo a la cama y, entonces, sí que sí, no pienso levantarme jamás.
Friends will be
friends…
«Y, ahora, ¡¿qué pasa?!». Tardo medio
segundo en darme cuenta de que alguien me está llamando por teléfono. Es Adam.
Esa es su canción, la suya y la de… la de Oliver. No pienso responder, hoy no
estoy para nadie. No quiero hablar, no quiero pensar, no quiero recordar, no
quiero que duela tanto. Tan solo quiero intentar dormir y olvidarme del mundo.
…when you’re in need of
love they give you care and attention…
«Suficiente». Me levanto de la cama
(por segunda vez) y apago el teléfono, aunque sé que no queda demasiado tiempo
para que Adam cruce el escaso espacio que nos separa y aparezca en mi
dormitorio para nuestra sesión matutina de footing.
Que me acabe de llamar por teléfono solo puede significar una cosa: que se me
acabó la tregua.
Aunque es posible que todas nuestras
cómodas y arraigadas rutinas vayan a cambiar en un futuro (demasiado) próximo,
o quizá ya hayan cambiado. Hoy no es un día ordinario, hoy se cumple una semana
desde que comenzó mi nueva vida, mi nueva vida sin él. Jamás vamos a poder
recuperarnos de lo que ha pasado. Y jamás volveremos a ser las mismas personas.
Me estremezco solo de pensarlo.
«No. No puedo pensar en eso». Y no
quiero llorar más, aún tengo los ojos hinchados después de toda una semana (con
sus noches y sus días) de llorar sin descanso, y no quiero empezar otra vez.
Hoy no me permito pensar en él ni un segundo. Solo quiero que me dejen en paz,
todo el mundo, que me dejen hundirme en la miseria. Y Adam lo sabe. Aun así,
estoy segura de que vendrá a levantarme de la cama, porque no soporta verme de
esta manera. Su llamada de teléfono solo ha sido un aviso para que me vaya
haciendo a la idea. Tiene gracia; casi todas las mañanas lo tenemos que
arrastrar Olly y yo fuera de la cama, porque siempre se le pegan las sábanas.
Si por él fuera, se perdería todas las sesiones de footing, pero sé que esta mañana se ha despertado temprano con una
clara intención. Solo tengo que esperar.
Minutos después, alguien toca a la
puerta de mi habitación: toc, toc, toc.
«Qué considerado». Teniendo en cuenta
que jamás llama a mi puerta… No contesto. Va a entrar de todas maneras. Mi
amigo del alma abre la puerta y aprecio cómo se filtra la impertinente luz
matinal en mi dormitorio. Me molesta en los ojos y me cubro la cabeza con la
almohada.
—Totó
—me llama.
—Déjame en paz, Adam.
—Ni en tus mejores sueños. Llevas así
una semana y no pienso consentirte ni un día más.
No le contesto. Y no solo eso, sino
que, para dar más énfasis a mi respuesta negativa a su sugerencia, me doy la
vuelta (con almohada incluida) dándole la espalda a mi amigo.
—Muy bien, Totó, tienes dos opciones. Por las buenas o por las malas. Y por
las malas significa que voy a descorrer las cortinas del todo y a meterte en la
ducha con el pijama aún puesto. Tú decides. No sería tu primer remojón con
ropa. Y creo recordar que el primero no te entusiasmó.
Lo miro amenazante y entrecerrando los
ojos, aunque sé que no me va a servir de nada. Adam tiene esa expresión en la
cara de «no pienso ceder y vas a hacer lo que yo diga».
No tengo fuerzas ni para darle pena ni
para camelármelo y que me deje hacer lo que yo quiera; por lo tanto, no me
queda más remedio que decirle lo que siento.
—Adam, por favor, no tengo fuerzas
para levantarme, no quiero hacer nada. Solo quiero que el mundo deje de girar
porque mi vida es un auténtico asco y ya no puedo más. —Percibo cómo se me
escapan dos lágrimas por el rostro, demasiado tiempo llevaban acumuladas en mis
ojos.
—Sara, escúchame. —Adam se sienta en
mi cama y me sujeta la cara con las manos, rozando mis mejillas con sus
pulgares—. Ya sé cómo te sientes, y tienes razones para estar así, pero dentro
de cinco días empiezan los exámenes finales y terminar dos carreras a la vez,
incluso para una cerebrito como tú, requiere un mínimo de esfuerzo. Levántate,
dúchate y nos vamos a la biblioteca a estudiar. Cuando acaben los exámenes, te
prometo que voy a dejar que te derrumbes, llores y chilles todo lo que quieras.
Yo estaré ahí contigo cada segundo, pero vas a tener que darle una orden
específica a ese cerebro privilegiado que tienes para que olvide, de manera
temporal, lo sucedido en la última semana.
—No puedo. —Mis lágrimas ya caen
libres por mis mejillas, no puedo contenerlas más.
Adam me estrecha entre sus brazos y,
joder, qué bien sientan sus achuchones. Hacen que me sienta segura, hacen que
piense que aquí cobijada nada malo me puede pasar, pero sé que no puedo vivir
así para siempre.
—Sí, podemos. —Me besa la cabeza—. Entre
los tres vamos a salir de esta, como siempre hemos hecho. Olly está esperando
en la biblioteca, hoy nos libramos del footing.
—Arqueo una ceja por el pesar de su comentario. Seguro que se siente
terrible por saltarse el ejercicio matutino. Seguro que sí.
2: Los exámenes finales
Me
siento mal. Olvidarme de Oliver ha sido una de las cosas más difíciles que he tenido
que hacer en la vida. De hecho, fue tan difícil que ahora sé con certeza
absoluta que no lo conseguí. En realidad, creo que ni siquiera lo intenté de
verdad. Lo que hice fue encerrar mis sentimientos por él. Contenerlos.
Contenerlos como una presa contiene el agua. Y me he pasado los últimos cuatro
años aterrada a que el agua, que en ningún momento ha dejado de hacer presión,
rompiera la presa. Aterrada a que se abrieran grietas por todas partes. Aterrada
a que explotara.
Hasta
que lo ha hecho.
Explotó
en el momento en que le devolví el anillo a Will y, por primera vez en cuatro
años, me sentí libre para dejar de sujetar la pared. Y ahora me siento hundida.
Me he quedado sumergida en el agua, inundada por todos esos sentimientos y por
la culpabilidad. La culpabilidad de que fuimos tan cobardes que no nos dijimos
la verdad. Nos habríamos ahorrado mucho sufrimiento. Y no solo nuestro.
Nos
hemos jodido la vida. Y darte cuenta de eso duele. Tienes la sensación de no
avanzar. De no haber hecho nada bien. De no haber conseguido nada en la vida.
De haber tirado los últimos años a la basura. De haber fracasado.
He
fracasado en mi relación con Will. Lo intenté, pero ahora soy consciente de que
fue una mala decisión, una salida fácil, rápida, cómoda. Y toca pagar las
consecuencias.
Y
he fracasado en mi relación con Oliver. Así que me siento mal. Frustrada,
dolida, arrepentida, culpable, engañada. No sé cómo gestionar tantos
sentimientos.
Haciendo
de tripas corazón y obedeciendo a Adam, me he levantado, duchado, vestido, desayunado
y salido a la calle en un tiempo récord. «Bravo, Sara. Ahora, si quieres
aprobar los exámenes, tienes que actuar como si la última semana no hubiera
existido. Olvidar, Sara. Olvidar la última semana».
Sé
que va a ser duro, pero no va a ser lo más duro que me ha tocado vivir en la
vida. Hasta el momento, mi vida no ha sido un camino de rosas. Esta situación
no es más que otro bache en el camino de ortigas y espinas que me ha tocado
recorrer. Muchas veces me pregunto qué habrá al final del camino… Creo que
prefiero no saberlo.
He
venido con Adam, en su coche, a la biblioteca de la universidad, y ni una
palabra ha salido de nuestras bocas durante el trayecto. Yo, por mi parte, me
encuentro en un estado constante de concentración, preparándome para obviar mis
sentimientos y comportarme con Oliver como si no hubiera pasado nada extraordinario
entre nosotros. Y Adam me ha dejado tranquila. Nos hemos separado en la puerta
de la biblioteca; he preferido entrar a todo correr antes de que apareciera
Oliver con sus estúpidos hoyuelos y su pelo rubio. Adam se ha quedado
esperándolo.
Soy
consciente de lo difícil que debe de resultar esta situación para Adam,
teniendo en cuenta que tanto Oliver como yo somos sus mejores amigos. En nuestra
historia no hay un verdugo y un inocente, los dos somos culpables de lo que ha
pasado, aunque Oliver es más culpable que yo. ¿Por qué? Porque sí, porque me
siento mejor echándole la culpa a él, porque no hacerlo significaría que estuvo
en mi mano poder hacer las cosas de otra manera, y eso me está matando.
Tan
solo tenía que haber echado a un lado mis miedos y confesarle mis sentimientos,
o haber pensado, en frío, que algo debía de haber sucedido para que Oliver me
dejara de la noche a la mañana sin explicación. Debí haber confiado más en su
amor por mí, pero no lo hice. Joder, ahora lo veo todo tan claro.
«Olvidar,
Sara, olvidar la última semana». Ese
es el objetivo, así que dale otro rumbo a tus pensamientos.
En la biblioteca, me
siento donde siempre. Saco los libros de la mochila, me pongo los auriculares
del iPod y subo el volumen hasta que no da más de sí. Escondo la cabeza entre
los libros y me meto en materia con la esperanza de no enterarme de la llegada
de mis dos amigos, sobre todo del rubio de ojos verdes. Pero ni toda la
concentración del mundo podría evitar ese momento porque, en cuanto Oliver pisa
la biblioteca, soy consciente de ello. Reconozco sus andares aunque no esté
mirándolo de pleno y su presencia inunda casi todos mis sentidos: su silueta
vista de reojo; su olor, que llega hasta lo más profundo de mi ser; su sabor,
que aún permanece en mi memoria; el oído, porque puedo escucharlo suspirar.
¡Maldito amor! Pero no pasa nada, porque tengo mi mantra bien asumido: «Olvidar,
Sara, olvidar la última semana».
No levanto la cabeza.
Sigo estudiando, o aparentando que lo hago, como si no me hubiera enterado de
su entrada. Ni siquiera tengo que devolverle el saludo porque, como tengo la
música a todo volumen, finjo no escucharlo.
Noto
cómo toma asiento enfrente de mí y cómo se queda quieto esperando alguna
reacción por mi parte, pero, al ver mi actitud de pasotismo total, saca sus
propios libros de la mochila y se pone a estudiar. Y mierda, eso me duele; que
responda a mi ignorancia con más ignorancia me duele en el alma. Sé que es
infantil y estúpido, pero es así.
Adam se sienta a mi
lado y me da un toque en el brazo al que no respondo. Solo elevo la vista unos
segundos, los justos para decirle: «Tiempo, Adam, necesito tiempo». Soy una
borde y no se lo merece, pero me consuelo diciéndome a mí misma que esta
tristeza y esta rabia que me hierve por dentro solo van a durar un par de
semanas.
Me cuesta mantenerme
despierta y concentrada en los libros debido a la semana de mal dormir que he
tenido. Los primeros exámenes que tenemos son los de Derecho, por lo que, a
media mañana, tanto Oliver como Adam me interrumpen y comienzan a explicarme
cuál va a ser el plan de acción. Yo los oigo sin escucharlos, hasta que Adam me
quita los auriculares de los oídos y me pide atención. De malas maneras, acepto
y cruzo los brazos sobre el pecho mientras apoyo la espalda en el respaldo de
la silla en un intento de parecer indiferente. Pero, cuando Oliver toma la
palabra y comienza a hablarme como si nunca hubiera pasado nada entre nosotros,
como si nunca nos hubiéramos amado y lo hubiéramos echado a perder por nuestros
celos e inseguridades, algo explota en mi interior. Joder, ¿por qué no está tan
afectado como lo estoy yo? ¿Cómo puede comportarse así después de lo que nos
confesamos la semana pasada? ¿Acaso no le afectó ni un poquito? ¿Tan poco me
quiere que le importa todo una mierda? «Olvidar, Sara, olvidar la última semana».
Justo en ese momento,
Adam se levanta de su sitio para coger agua y, mientras Oliver sigue con su
perorata (incluso tiene el valor de medio sonreírme en más de una ocasión), mi
cabreo crece y crece, y la bomba que ha explotado en mi interior se extiende
tanto como para alcanzar cotas inimaginables… Hasta que sobrepasa la piel y
sale de mi cuerpo. Mi cabeza intenta repetir el mantra, pero… «Olvidar, Sara,
olvidar la…». ¡¡Y una mierda olvidar!! ¡A la mierda el mantra y a la mierda
todo!
—¿A
ti te corre la sangre por las venas, Oliver? —Mi pregunta lo pilla tan de
sorpresa que se queda paralizado. Alzo la mano y golpeo con fuerza el libro que
sostiene entre sus manos, con el que me está tratando de explicar vete a saber
qué—. ¡Contéstame!
Y,
vaya, he debido de gritar mucho, porque todas las personas que se encuentran en
la biblioteca han girado las cabezas hacia nosotros con curiosidad. Incluso la bibliotecaria
nos mira con ganas de saber qué es lo que ha provocado mi arrebato, porque no
se molesta en echarme la bronca por gritar.
—¿Puedes
gritarme más fuerte? Creo que en el condado de al lado no te han oído.
¡Y
me lo dice así! ¡Con todo su descaro! Y no me lo susurra, no, me lo dice bien
alto. Bonita manera de evadir mi pregunta. En ocasiones, pienso que no tiene sentimientos,
es imposible que los tenga; de lo contrario, deberían afectarle más las cosas. Pero
aquí estoy yo, destrozada por lo que ha pasado entre nosotros, y ahí está él,
estudiando como si nada.
Necesito
despejarme. Decido salir a la calle a tomar el aire; con suerte me saco la
sangre de las venas y me comporto como él: impasible.
—¿Adónde
vas ahora? —me pregunta, cabreado, cuando ve que me levanto.
—¡¡¡A
tomar por culo!!! —contesto, sin mirar atrás. Salgo escopetada hacia la salida,
y justo impacto con Adam, que regresa con botellas de agua para los tres. No le
doy tiempo ni ocasión a que me dirija la palabra.
—¿Qué
ha pasado? —pregunta a Oliver.
Su
respuesta: suspiros y más suspiros. No sabe hacer otra cosa. Abandono la
biblioteca farfullando para mis adentros.
En cuanto salgo a la
calle, el silencio del interior queda engullido por la vida del campus. Los alumnos
vienen y van. Algunos solos, otros en compañía. Están los que se ríen y los que
caminan solos con sus pensamientos. Me froto los ojos con la mano y me siento
en las escaleras que dan acceso a la biblioteca. Joder con los mantras, ¿quién demonios
dice que son efectivos?
No
llevo ni dos minutos sentada cuando Oliver pasa por mi lado y se sitúa enfrente
de mí. Tiene los puños apretados a ambos lados de su cuerpo y respira
agitadamente. Cuando me habla, lo hace tranquilo, aunque su cuerpo parece
querer gritar de indignación.
—¿Puedes
volver a entrar? Si prefieres que yo me mueva a la otra punta de la biblioteca,
lo hago, pero tienes que escuchar lo que tiene que decirte Adam, es el plan que
hemos estructurado para que puedas aprobar todas las asignaturas; es
importante. Eso lo ves, ¿verdad?
Joder.
—Buena
idea —le respondo.
—¿El
plan? —pregunta, esperanzado.
—No.
Que te sientes en otro sitio.
Me
levanto sin darle derecho a réplica y entro de nuevo en el agonizante silencio
de la biblioteca. Estoy segura de que, con Oliver lejos de mí, el jodido mantra
va a funcionar y voy a poder estudiar. Ahora es lo único que tengo que hacer. Y,
aunque me duela enviarlo lejos de mí, debo hacerlo. Cuanto menos contacto,
mejor. No quiero que acabemos peor de lo que estamos.
Oliver
entra detrás de mí y recoge sus cosas ante la mirada atónita de Adam. Da media
vuelta y se sienta en el extremo opuesto al que ocupamos nosotros.
—¿Por
qué? —me pregunta Adam, señalando a Oliver con los ojos.
—Porque
es lo mejor —explico, mientras tomo asiento y organizo, distraída, mis
apuntes—. De momento, no podemos estar cerca el uno del otro.
—¿No
podéis? —me replica, recalcando el
«podéis».
—Ahora
no, Adam. Por favor. —Me da mucha rabia que Adam se vea involucrado en esta
situación de la que él no tiene ninguna culpa. Espera… ¿ninguna culpa? Me
acuerdo de un detalle de mi última conversación con Oliver. Estaba tan ocupada
en fustigarme por lo que había pasado que lo había olvidado. Y me entran ganas
de ponerme a gritar como una loca contra Adam por no habernos contado todo lo
que sabía, pero bastante tengo con no hablarme con Oliver, así que me voy a
morder la lengua y a controlarme—. Por cierto, sé que sabías desde el principio
que Oliver estaba enamorado de mí. ¿Por qué nunca me dijiste nada?
—Joder,
hasta que por fin lo sueltas.
—¿Qué
quieres decir? —le pregunto, confundida.
—Oliver
quiso darme dos hostias después de hablar contigo por no haberle contado que
estabas enamorada de él, y tú aún no me habías echado nada en cara. Te estaba
esperando.
—Bien,
pues aquí estoy. Explícamelo.
—¡Qué
valor tenéis los dos! ¡¡Pretenderéis que yo tenga la culpa!!
—¿Por
qué no nos dijiste nada, Adam?
—Porque
os lo juré a los dos por separado. Os estaba tan agradecido por lo que habíais
hecho por mí que no quería romper vuestra confianza en mí. Y pensé que era
cuestión de semanas, o como mucho de meses, que os dierais cuenta de la verdad.
Por desgracia, no fue así, y el tiempo fue pasando. Joder, pasaba demasiado
rápido y cada vez se me hacía más difícil atreverme a soltaros la bomba.
Mirando hacia atrás, queda claro que os lo tenía que haber dicho.
—Sí
—admito, incapaz de enfadarme con él porque… porque tiene razón.
—Joder,
Totó, fuiste su primera vez. ¿Eso no
te dio ninguna pista? ¿Cómo no lo viste?
—¡Silencio
al fondo a la derecha! —nos reprende la bibliotecaria a gritos. Claro, ella sí
puede gritar. Escondemos las cabezas en los libros y seguimos hablando en
susurros.
—No
lo sé.
—Pero
ahora estás a tiempo de arreglar las cosas.
—Ahora
no puedo, Adam. Estoy demasiado afectada.
—Tú
todavía lo quieres.
Algo
que Adam ha sabido desde siempre. Me pregunto si también sabe…
—¿Y
él a mí?
Su
respuesta: primero me mira a los ojos con intensidad. Y después…
—Pregúntaselo.
—Me
dijo que no.
—Y
tú a él.
—Joder,
sí que os lo contáis todo.
—Yo
no pienso entrometerme; sois adultos, arreglad vuestras desavenencias y dejad
de comportaros como críos.
—Bueno,
ya veremos.
—También
sé que no le has contado todo. Sigue pensando que quieres al inútil de Von
Kleist.
—No
insultes a Will, que no te ha hecho nada.
—Algún
día te contaré cuatro cosas de Will, cuando tengas la cabeza más despejada y lo
veas todo desde otra perspectiva.
—¿Qué
quieres decir?
—Nada
—dice, restándole importancia con un gesto de la mano—, cosas mías. Oye, Totó…
—¿Qué?
—Lo
estás haciendo fatal. Lo sabes, ¿no?
—Sí.
—¿Y
por qué no lo arreglas?
—Es
complicado.
—No
lo es. Sois vosotros los que os empeñáis en complicarlo. No quisisteis discutir
lo que ocurrió por no destruir vuestra amistad y, al final, mira lo que ha
pasado.
—Dame
tiempo, Adam.
—Claro,
porque los últimos seis años no han sido suficientes.
—Deja
de machacarme, necesito un hombro en el que llorar, no una espada de la que
defenderme.
Adam
se ríe a carcajadas por mi comentario.
—Pero
mira que eres tontita.
Sonreímos
los dos y nos abrazamos.
—¡A
los tortolitos del fondo! —interrumpe de nuevo la bibliotecaria—. Me alegra
mucho que arregléis vuestras diferencias de enamorados —se ha equivocado de
chico, y mira que llevamos años viniendo—, pero aquí se viene a estudiar.
—Qué
ganas tengo de acabar la carrera y decirle cuatro cosas a esa mujer odiosa. No
sé si regalarle un donut o un puto consolador —me dice Adam al oído—. En fin,
pongámonos a lo nuestro.
Durante
la siguiente hora, Adam me muestra las fechas de los exámenes y el planning que han organizado entre los
dos para que pueda aprobar las dos carreras. Empiezo a recorrer las fechas una
a una hasta que una sombra se cierne sobre mí.
Oliver
Aston.
—He venido a coger una
cosa —me explica, sin que yo le pregunte nada.
—Bien,
cógelo y lárgate. —Muy bien, Sara. Ha quedado más que claro que el mantra no
funciona. Habrá que buscar otra alternativa.
—¡Joder,
Sara! ¡¡Ya está bien!!
La
bibliotecaria nos llama la atención, una vez más. Una más y nos echa, lo veo en
su mirada. Oliver se agacha para quedar a mi altura y me habla al oído.
—Sara,
ante todo soy tu mejor amigo. Eso nunca va a cambiar.
—Eso
ya ha cambiado —contesto, sin despegar los ojos del planning.
—Tienes
que contarme ese secreto tuyo que tienes para pasar del amor a la indiferencia.
—¿Amor?
Hace muchos años que no te quiero de esa manera, Oliver. No te lo tengas tan
creído.
—No
hace tanto tiempo —titubea—. Y el amor no se acaba de un día para otro.
—El
mío sí, a lo mejor… a lo mejor nunca estuve enamorada de ti, quizá fue un capricho.
De lo contario, no te habría olvidado tan fácilmente, ¿no?
Me
siento mal al mentirle a la cara, pero ¿qué otra cosa puedo hacer? No sé
defenderme de otra manera.
—O
a lo mejor eres una cría inmadura.
Muy
digno, gira sobre sus talones y vuelve a su sitio sin darme derecho a réplica.
Planifico
todas mis asignaturas con esmero. En algunas tengo que hacer un examen final y
en otras tengo que presentar un proyecto. En estas últimas semanas, por
increíble que parezca, Oliver se ha ocupado de ello y los tiene terminados. En
cuanto Adam me da esta información, un vacío enorme se me instala en el pecho y
me siento fatal por cómo me estoy comportando. Si Oliver es capaz de aislar
nuestros problemas y seguir siendo mi mejor amigo, yo también debería poder hacerlo.
Me
levanto de mi sitio y me acerco a su mesa. En cuanto llego, alza la vista y me mira
con expectación. Venía con la firme intención de darle las gracias por su
ayuda, pero hay algo que me carcome por dentro. Es esa frase que me ha dicho
antes: Y el amor no se acaba de un día
para otro. A pesar de que me tiembla todo el cuerpo y de que estoy a punto
de vomitar por los nervios, se lo pregunto.
—¿Tú
me quieres? Y no me refiero a quererme como amiga, me refiero a querer de…
—Sé
a lo que te refieres —me interrumpe con brusquedad.
—¿Y
bien? —La sensación de malestar no desaparece de mi cuerpo; más bien, todo lo
contrario, se acrecienta. Al tembleque y a las ganas de vomitar hay que sumar
sudor de manos y posible desfallecimiento, porque la sala ha empezado a girar
sin parar.
—No.
¿No?
Ahí lo tienes, Sara, todas tus dudas resueltas. El poco sonido de fondo de la
biblioteca de pasar hojas y poco más desaparece de mis oídos y solo escucho un
pitido, que amenaza con acabar con mi vida en menos de dos segundos.
—No
pienso contestarte mientras mantengas esa actitud hostil conmigo. Así no se
hablan las cosas.
«Espera.
Retrocedemos». Capto sus palabras y el pitido cesa. ¿Qué acaba de decirme?
—¡Tú
también estás hostil! —le suelto sin pensar. Estoy demasiado aturdida.
—¡¡¡Shhhhhh!!!
—La bibliotecaria, otra vez. Hoy se está ganando cada penique de su sueldo—.
¡Será posible, señorita Summers!
—Joder,
estoy enfadado contigo, Sara —me dice Oliver, sin hacer caso a esa odiosa
mujer—. Ni te imaginas cuánto. Finjo —queda claro que mucho mejor que yo— no estarlo porque lo necesitamos. No
me apetece desnudarme delante de ti. Ahora, no.
Después
de esta última discusión, no volvemos a tocar el tema. Me aíslo en los estudios
y lo consigo. Desconecto, por fin.
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