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jueves, 10 de agosto de 2017

Primeros capítulos de Simplemente Sara y versión en papel.



¿Cómo va el mes de agosto? ¿Mucho calor? ¿Mucho frío para los del norte?
Hago este pequeño salto en las vacaciones para informaros de que la versión en papel de Sara Summers 4: Simplemente Sara se ha adelantado una semana y ya está aquí. ¡Sííí! Os dejo el enlace:





Y, por otra parte, aprovecho para publicar los dos primeros capítulos de este desenlace para ir abriendo boca. Espero que os guste este comienzo. Y publico dos capítulos porque el capítulo 1 de Simplemente Sara ya lo habéis leído. Ahí empezó todo... ¡Feliz lectura!


1: El punto de partida



Cántame, me dijiste cántame…


Creo que suena el despertador, pero no me importa porque hoy no me puedo levantar, como dice la canción de aquel famoso grupo pop español. Y mañana ya veré, así que puede seguir sonando todo lo que quiera.


…cántame por el camino, y agarrado a tu cintura te canté…


Joder, y sigue. «Ignórala».


…a la sombra de los pinos…


Y encima es la cancioncita de las narices que me ha puesto Pear como despertador del móvil. Resulta que ahora le ha dado por el folclore español, por influencia de su madre. ¡Qué manía tiene de tocar mis cosas!


Sin pensarlo ni un segundo más, doy un manotazo al móvil para silenciarlo.


Cántame, me dijiste cántame…


«¿¡No se va a callar nunca!?». Estiro la mano para alcanzar el maldito aparato, que se encuentra encima de la mesita al lado de mi cama, pero no lo alcanzo. Me estiro más hasta que… «Vale, ya lo tengo». A continuación, lo lanzo con toda la fuerza que mi brazo derecho me permite, teniendo en cuenta mi posición boca abajo en la cama. Me trae sin cuidado donde aterrice, solo quiero que se calle. Solo quiero dormir.


…cántame por el camino, y agarrado a tu cintura te canté…


«¡Imposible!». Definitivamente, el mundo está en mi contra. Siempre cuidando del puñetero móvil como si fuera una joya preciada, porque al mínimo golpe se rompe, y ahora que quiero que se muera, ¡ni tirándolo al vacío!


Me levanto de la cama y lo busco. «¿Dónde habrá caído?». No distingo nada entre tanta oscuridad, por lo que decido guiarme por el sonido. Me agacho y palpo la superficie del suelo hasta que por fin doy con él, lo agarro con una mano y apago la alarma. «Ya está». Me vuelvo a la cama y, entonces, sí que sí, no pienso levantarme jamás.


Friends will be friends…


«Y, ahora, ¡¿qué pasa?!». Tardo medio segundo en darme cuenta de que alguien me está llamando por teléfono. Es Adam. Esa es su canción, la suya y la de… la de Oliver. No pienso responder, hoy no estoy para nadie. No quiero hablar, no quiero pensar, no quiero recordar, no quiero que duela tanto. Tan solo quiero intentar dormir y olvidarme del mundo.


…when you’re in need of love they give you care and attention…


«Suficiente». Me levanto de la cama (por segunda vez) y apago el teléfono, aunque sé que no queda demasiado tiempo para que Adam cruce el escaso espacio que nos separa y aparezca en mi dormitorio para nuestra sesión matutina de footing. Que me acabe de llamar por teléfono solo puede significar una cosa: que se me acabó la tregua.


Aunque es posible que todas nuestras cómodas y arraigadas rutinas vayan a cambiar en un futuro (demasiado) próximo, o quizá ya hayan cambiado. Hoy no es un día ordinario, hoy se cumple una semana desde que comenzó mi nueva vida, mi nueva vida sin él. Jamás vamos a poder recuperarnos de lo que ha pasado. Y jamás volveremos a ser las mismas personas. Me estremezco solo de pensarlo.


«No. No puedo pensar en eso». Y no quiero llorar más, aún tengo los ojos hinchados después de toda una semana (con sus noches y sus días) de llorar sin descanso, y no quiero empezar otra vez. Hoy no me permito pensar en él ni un segundo. Solo quiero que me dejen en paz, todo el mundo, que me dejen hundirme en la miseria. Y Adam lo sabe. Aun así, estoy segura de que vendrá a levantarme de la cama, porque no soporta verme de esta manera. Su llamada de teléfono solo ha sido un aviso para que me vaya haciendo a la idea. Tiene gracia; casi todas las mañanas lo tenemos que arrastrar Olly y yo fuera de la cama, porque siempre se le pegan las sábanas. Si por él fuera, se perdería todas las sesiones de footing, pero sé que esta mañana se ha despertado temprano con una clara intención. Solo tengo que esperar.


Minutos después, alguien toca a la puerta de mi habitación: toc, toc, toc.


«Qué considerado». Teniendo en cuenta que jamás llama a mi puerta… No contesto. Va a entrar de todas maneras. Mi amigo del alma abre la puerta y aprecio cómo se filtra la impertinente luz matinal en mi dormitorio. Me molesta en los ojos y me cubro la cabeza con la almohada.


Totó —me llama.


—Déjame en paz, Adam.


—Ni en tus mejores sueños. Llevas así una semana y no pienso consentirte ni un día más.


No le contesto. Y no solo eso, sino que, para dar más énfasis a mi respuesta negativa a su sugerencia, me doy la vuelta (con almohada incluida) dándole la espalda a mi amigo.


—Muy bien, Totó, tienes dos opciones. Por las buenas o por las malas. Y por las malas significa que voy a descorrer las cortinas del todo y a meterte en la ducha con el pijama aún puesto. Tú decides. No sería tu primer remojón con ropa. Y creo recordar que el primero no te entusiasmó.


Lo miro amenazante y entrecerrando los ojos, aunque sé que no me va a servir de nada. Adam tiene esa expresión en la cara de «no pienso ceder y vas a hacer lo que yo diga».


No tengo fuerzas ni para darle pena ni para camelármelo y que me deje hacer lo que yo quiera; por lo tanto, no me queda más remedio que decirle lo que siento.


—Adam, por favor, no tengo fuerzas para levantarme, no quiero hacer nada. Solo quiero que el mundo deje de girar porque mi vida es un auténtico asco y ya no puedo más. —Percibo cómo se me escapan dos lágrimas por el rostro, demasiado tiempo llevaban acumuladas en mis ojos.


—Sara, escúchame. —Adam se sienta en mi cama y me sujeta la cara con las manos, rozando mis mejillas con sus pulgares—. Ya sé cómo te sientes, y tienes razones para estar así, pero dentro de cinco días empiezan los exámenes finales y terminar dos carreras a la vez, incluso para una cerebrito como tú, requiere un mínimo de esfuerzo. Levántate, dúchate y nos vamos a la biblioteca a estudiar. Cuando acaben los exámenes, te prometo que voy a dejar que te derrumbes, llores y chilles todo lo que quieras. Yo estaré ahí contigo cada segundo, pero vas a tener que darle una orden específica a ese cerebro privilegiado que tienes para que olvide, de manera temporal, lo sucedido en la última semana.


—No puedo. —Mis lágrimas ya caen libres por mis mejillas, no puedo contenerlas más.


Adam me estrecha entre sus brazos y, joder, qué bien sientan sus achuchones. Hacen que me sienta segura, hacen que piense que aquí cobijada nada malo me puede pasar, pero sé que no puedo vivir así para siempre.


—Sí, podemos. —Me besa la cabeza—. Entre los tres vamos a salir de esta, como siempre hemos hecho. Olly está esperando en la biblioteca, hoy nos libramos del footing. —Arqueo una ceja por el pesar de su comentario. Seguro que se siente terrible por saltarse el ejercicio matutino. Seguro que sí.




2: Los exámenes finales





Me siento mal. Olvidarme de Oliver ha sido una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer en la vida. De hecho, fue tan difícil que ahora sé con certeza absoluta que no lo conseguí. En realidad, creo que ni siquiera lo intenté de verdad. Lo que hice fue encerrar mis sentimientos por él. Contenerlos. Contenerlos como una presa contiene el agua. Y me he pasado los últimos cuatro años aterrada a que el agua, que en ningún momento ha dejado de hacer presión, rompiera la presa. Aterrada a que se abrieran grietas por todas partes. Aterrada a que explotara.


Hasta que lo ha hecho.


Explotó en el momento en que le devolví el anillo a Will y, por primera vez en cuatro años, me sentí libre para dejar de sujetar la pared. Y ahora me siento hundida. Me he quedado sumergida en el agua, inundada por todos esos sentimientos y por la culpabilidad. La culpabilidad de que fuimos tan cobardes que no nos dijimos la verdad. Nos habríamos ahorrado mucho sufrimiento. Y no solo nuestro.


Nos hemos jodido la vida. Y darte cuenta de eso duele. Tienes la sensación de no avanzar. De no haber hecho nada bien. De no haber conseguido nada en la vida. De haber tirado los últimos años a la basura. De haber fracasado.


He fracasado en mi relación con Will. Lo intenté, pero ahora soy consciente de que fue una mala decisión, una salida fácil, rápida, cómoda. Y toca pagar las consecuencias.


Y he fracasado en mi relación con Oliver. Así que me siento mal. Frustrada, dolida, arrepentida, culpable, engañada. No sé cómo gestionar tantos sentimientos.


Haciendo de tripas corazón y obedeciendo a Adam, me he levantado, duchado, vestido, desayunado y salido a la calle en un tiempo récord. «Bravo, Sara. Ahora, si quieres aprobar los exámenes, tienes que actuar como si la última semana no hubiera existido. Olvidar, Sara. Olvidar la última semana».


Sé que va a ser duro, pero no va a ser lo más duro que me ha tocado vivir en la vida. Hasta el momento, mi vida no ha sido un camino de rosas. Esta situación no es más que otro bache en el camino de ortigas y espinas que me ha tocado recorrer. Muchas veces me pregunto qué habrá al final del camino… Creo que prefiero no saberlo.


He venido con Adam, en su coche, a la biblioteca de la universidad, y ni una palabra ha salido de nuestras bocas durante el trayecto. Yo, por mi parte, me encuentro en un estado constante de concentración, preparándome para obviar mis sentimientos y comportarme con Oliver como si no hubiera pasado nada extraordinario entre nosotros. Y Adam me ha dejado tranquila. Nos hemos separado en la puerta de la biblioteca; he preferido entrar a todo correr antes de que apareciera Oliver con sus estúpidos hoyuelos y su pelo rubio. Adam se ha quedado esperándolo.


Soy consciente de lo difícil que debe de resultar esta situación para Adam, teniendo en cuenta que tanto Oliver como yo somos sus mejores amigos. En nuestra historia no hay un verdugo y un inocente, los dos somos culpables de lo que ha pasado, aunque Oliver es más culpable que yo. ¿Por qué? Porque sí, porque me siento mejor echándole la culpa a él, porque no hacerlo significaría que estuvo en mi mano poder hacer las cosas de otra manera, y eso me está matando.


Tan solo tenía que haber echado a un lado mis miedos y confesarle mis sentimientos, o haber pensado, en frío, que algo debía de haber sucedido para que Oliver me dejara de la noche a la mañana sin explicación. Debí haber confiado más en su amor por mí, pero no lo hice. Joder, ahora lo veo todo tan claro.


«Olvidar, Sara, olvidar la última semana». Ese es el objetivo, así que dale otro rumbo a tus pensamientos.


En la biblioteca, me siento donde siempre. Saco los libros de la mochila, me pongo los auriculares del iPod y subo el volumen hasta que no da más de sí. Escondo la cabeza entre los libros y me meto en materia con la esperanza de no enterarme de la llegada de mis dos amigos, sobre todo del rubio de ojos verdes. Pero ni toda la concentración del mundo podría evitar ese momento porque, en cuanto Oliver pisa la biblioteca, soy consciente de ello. Reconozco sus andares aunque no esté mirándolo de pleno y su presencia inunda casi todos mis sentidos: su silueta vista de reojo; su olor, que llega hasta lo más profundo de mi ser; su sabor, que aún permanece en mi memoria; el oído, porque puedo escucharlo suspirar. ¡Maldito amor! Pero no pasa nada, porque tengo mi mantra bien asumido: «Olvidar, Sara, olvidar la última semana».


No levanto la cabeza. Sigo estudiando, o aparentando que lo hago, como si no me hubiera enterado de su entrada. Ni siquiera tengo que devolverle el saludo porque, como tengo la música a todo volumen, finjo no escucharlo.


Noto cómo toma asiento enfrente de mí y cómo se queda quieto esperando alguna reacción por mi parte, pero, al ver mi actitud de pasotismo total, saca sus propios libros de la mochila y se pone a estudiar. Y mierda, eso me duele; que responda a mi ignorancia con más ignorancia me duele en el alma. Sé que es infantil y estúpido, pero es así.


Adam se sienta a mi lado y me da un toque en el brazo al que no respondo. Solo elevo la vista unos segundos, los justos para decirle: «Tiempo, Adam, necesito tiempo». Soy una borde y no se lo merece, pero me consuelo diciéndome a mí misma que esta tristeza y esta rabia que me hierve por dentro solo van a durar un par de semanas.


Me cuesta mantenerme despierta y concentrada en los libros debido a la semana de mal dormir que he tenido. Los primeros exámenes que tenemos son los de Derecho, por lo que, a media mañana, tanto Oliver como Adam me interrumpen y comienzan a explicarme cuál va a ser el plan de acción. Yo los oigo sin escucharlos, hasta que Adam me quita los auriculares de los oídos y me pide atención. De malas maneras, acepto y cruzo los brazos sobre el pecho mientras apoyo la espalda en el respaldo de la silla en un intento de parecer indiferente. Pero, cuando Oliver toma la palabra y comienza a hablarme como si nunca hubiera pasado nada entre nosotros, como si nunca nos hubiéramos amado y lo hubiéramos echado a perder por nuestros celos e inseguridades, algo explota en mi interior. Joder, ¿por qué no está tan afectado como lo estoy yo? ¿Cómo puede comportarse así después de lo que nos confesamos la semana pasada? ¿Acaso no le afectó ni un poquito? ¿Tan poco me quiere que le importa todo una mierda? «Olvidar, Sara, olvidar la última semana».


Justo en ese momento, Adam se levanta de su sitio para coger agua y, mientras Oliver sigue con su perorata (incluso tiene el valor de medio sonreírme en más de una ocasión), mi cabreo crece y crece, y la bomba que ha explotado en mi interior se extiende tanto como para alcanzar cotas inimaginables… Hasta que sobrepasa la piel y sale de mi cuerpo. Mi cabeza intenta repetir el mantra, pero… «Olvidar, Sara, olvidar la». ¡¡Y una mierda olvidar!! ¡A la mierda el mantra y a la mierda todo!


—¿A ti te corre la sangre por las venas, Oliver? —Mi pregunta lo pilla tan de sorpresa que se queda paralizado. Alzo la mano y golpeo con fuerza el libro que sostiene entre sus manos, con el que me está tratando de explicar vete a saber qué—. ¡Contéstame!


Y, vaya, he debido de gritar mucho, porque todas las personas que se encuentran en la biblioteca han girado las cabezas hacia nosotros con curiosidad. Incluso la bibliotecaria nos mira con ganas de saber qué es lo que ha provocado mi arrebato, porque no se molesta en echarme la bronca por gritar.


—¿Puedes gritarme más fuerte? Creo que en el condado de al lado no te han oído.


¡Y me lo dice así! ¡Con todo su descaro! Y no me lo susurra, no, me lo dice bien alto. Bonita manera de evadir mi pregunta. En ocasiones, pienso que no tiene sentimientos, es imposible que los tenga; de lo contrario, deberían afectarle más las cosas. Pero aquí estoy yo, destrozada por lo que ha pasado entre nosotros, y ahí está él, estudiando como si nada.


Necesito despejarme. Decido salir a la calle a tomar el aire; con suerte me saco la sangre de las venas y me comporto como él: impasible.


—¿Adónde vas ahora? —me pregunta, cabreado, cuando ve que me levanto.


—¡¡¡A tomar por culo!!! —contesto, sin mirar atrás. Salgo escopetada hacia la salida, y justo impacto con Adam, que regresa con botellas de agua para los tres. No le doy tiempo ni ocasión a que me dirija la palabra.


—¿Qué ha pasado? —pregunta a Oliver.


Su respuesta: suspiros y más suspiros. No sabe hacer otra cosa. Abandono la biblioteca farfullando para mis adentros.


En cuanto salgo a la calle, el silencio del interior queda engullido por la vida del campus. Los alumnos vienen y van. Algunos solos, otros en compañía. Están los que se ríen y los que caminan solos con sus pensamientos. Me froto los ojos con la mano y me siento en las escaleras que dan acceso a la biblioteca. Joder con los mantras, ¿quién demonios dice que son efectivos?


No llevo ni dos minutos sentada cuando Oliver pasa por mi lado y se sitúa enfrente de mí. Tiene los puños apretados a ambos lados de su cuerpo y respira agitadamente. Cuando me habla, lo hace tranquilo, aunque su cuerpo parece querer gritar de indignación.


—¿Puedes volver a entrar? Si prefieres que yo me mueva a la otra punta de la biblioteca, lo hago, pero tienes que escuchar lo que tiene que decirte Adam, es el plan que hemos estructurado para que puedas aprobar todas las asignaturas; es importante. Eso lo ves, ¿verdad?


Joder.


—Buena idea —le respondo.


—¿El plan? —pregunta, esperanzado.


—No. Que te sientes en otro sitio.


Me levanto sin darle derecho a réplica y entro de nuevo en el agonizante silencio de la biblioteca. Estoy segura de que, con Oliver lejos de mí, el jodido mantra va a funcionar y voy a poder estudiar. Ahora es lo único que tengo que hacer. Y, aunque me duela enviarlo lejos de mí, debo hacerlo. Cuanto menos contacto, mejor. No quiero que acabemos peor de lo que estamos.


Oliver entra detrás de mí y recoge sus cosas ante la mirada atónita de Adam. Da media vuelta y se sienta en el extremo opuesto al que ocupamos nosotros.


—¿Por qué? —me pregunta Adam, señalando a Oliver con los ojos.


—Porque es lo mejor —explico, mientras tomo asiento y organizo, distraída, mis apuntes—. De momento, no podemos estar cerca el uno del otro.


—¿No podéis? —me replica, recalcando el «podéis».


—Ahora no, Adam. Por favor. —Me da mucha rabia que Adam se vea involucrado en esta situación de la que él no tiene ninguna culpa. Espera… ¿ninguna culpa? Me acuerdo de un detalle de mi última conversación con Oliver. Estaba tan ocupada en fustigarme por lo que había pasado que lo había olvidado. Y me entran ganas de ponerme a gritar como una loca contra Adam por no habernos contado todo lo que sabía, pero bastante tengo con no hablarme con Oliver, así que me voy a morder la lengua y a controlarme—. Por cierto, sé que sabías desde el principio que Oliver estaba enamorado de mí. ¿Por qué nunca me dijiste nada?


—Joder, hasta que por fin lo sueltas.


—¿Qué quieres decir? —le pregunto, confundida.


—Oliver quiso darme dos hostias después de hablar contigo por no haberle contado que estabas enamorada de él, y tú aún no me habías echado nada en cara. Te estaba esperando.


—Bien, pues aquí estoy. Explícamelo.


—¡Qué valor tenéis los dos! ¡¡Pretenderéis que yo tenga la culpa!!


—¿Por qué no nos dijiste nada, Adam?


—Porque os lo juré a los dos por separado. Os estaba tan agradecido por lo que habíais hecho por mí que no quería romper vuestra confianza en mí. Y pensé que era cuestión de semanas, o como mucho de meses, que os dierais cuenta de la verdad. Por desgracia, no fue así, y el tiempo fue pasando. Joder, pasaba demasiado rápido y cada vez se me hacía más difícil atreverme a soltaros la bomba. Mirando hacia atrás, queda claro que os lo tenía que haber dicho.


—Sí —admito, incapaz de enfadarme con él porque… porque tiene razón.


—Joder, Totó, fuiste su primera vez. ¿Eso no te dio ninguna pista? ¿Cómo no lo viste?


—¡Silencio al fondo a la derecha! —nos reprende la bibliotecaria a gritos. Claro, ella sí puede gritar. Escondemos las cabezas en los libros y seguimos hablando en susurros.


—No lo sé.


—Pero ahora estás a tiempo de arreglar las cosas.


—Ahora no puedo, Adam. Estoy demasiado afectada.


—Tú todavía lo quieres.


Algo que Adam ha sabido desde siempre. Me pregunto si también sabe…


—¿Y él a mí?


Su respuesta: primero me mira a los ojos con intensidad. Y después…


—Pregúntaselo.


—Me dijo que no.


—Y tú a él.


—Joder, sí que os lo contáis todo.


—Yo no pienso entrometerme; sois adultos, arreglad vuestras desavenencias y dejad de comportaros como críos.


—Bueno, ya veremos.


—También sé que no le has contado todo. Sigue pensando que quieres al inútil de Von Kleist.


—No insultes a Will, que no te ha hecho nada.


—Algún día te contaré cuatro cosas de Will, cuando tengas la cabeza más despejada y lo veas todo desde otra perspectiva.


—¿Qué quieres decir?


—Nada —dice, restándole importancia con un gesto de la mano—, cosas mías. Oye, Totó


—¿Qué?


—Lo estás haciendo fatal. Lo sabes, ¿no?


—Sí.


—¿Y por qué no lo arreglas?


—Es complicado.


—No lo es. Sois vosotros los que os empeñáis en complicarlo. No quisisteis discutir lo que ocurrió por no destruir vuestra amistad y, al final, mira lo que ha pasado.


—Dame tiempo, Adam.


—Claro, porque los últimos seis años no han sido suficientes.


—Deja de machacarme, necesito un hombro en el que llorar, no una espada de la que defenderme.


Adam se ríe a carcajadas por mi comentario.


—Pero mira que eres tontita.


Sonreímos los dos y nos abrazamos.


—¡A los tortolitos del fondo! —interrumpe de nuevo la bibliotecaria—. Me alegra mucho que arregléis vuestras diferencias de enamorados —se ha equivocado de chico, y mira que llevamos años viniendo—, pero aquí se viene a estudiar.


—Qué ganas tengo de acabar la carrera y decirle cuatro cosas a esa mujer odiosa. No sé si regalarle un donut o un puto consolador —me dice Adam al oído—. En fin, pongámonos a lo nuestro.


Durante la siguiente hora, Adam me muestra las fechas de los exámenes y el planning que han organizado entre los dos para que pueda aprobar las dos carreras. Empiezo a recorrer las fechas una a una hasta que una sombra se cierne sobre mí.


Oliver Aston.


—He venido a coger una cosa —me explica, sin que yo le pregunte nada.


—Bien, cógelo y lárgate. —Muy bien, Sara. Ha quedado más que claro que el mantra no funciona. Habrá que buscar otra alternativa.


—¡Joder, Sara! ¡¡Ya está bien!!


La bibliotecaria nos llama la atención, una vez más. Una más y nos echa, lo veo en su mirada. Oliver se agacha para quedar a mi altura y me habla al oído.


—Sara, ante todo soy tu mejor amigo. Eso nunca va a cambiar.


—Eso ya ha cambiado —contesto, sin despegar los ojos del planning.


—Tienes que contarme ese secreto tuyo que tienes para pasar del amor a la indiferencia.


—¿Amor? Hace muchos años que no te quiero de esa manera, Oliver. No te lo tengas tan creído.


—No hace tanto tiempo —titubea—. Y el amor no se acaba de un día para otro.


—El mío sí, a lo mejor… a lo mejor nunca estuve enamorada de ti, quizá fue un capricho. De lo contario, no te habría olvidado tan fácilmente, ¿no?


Me siento mal al mentirle a la cara, pero ¿qué otra cosa puedo hacer? No sé defenderme de otra manera.


—O a lo mejor eres una cría inmadura.


Muy digno, gira sobre sus talones y vuelve a su sitio sin darme derecho a réplica.


Planifico todas mis asignaturas con esmero. En algunas tengo que hacer un examen final y en otras tengo que presentar un proyecto. En estas últimas semanas, por increíble que parezca, Oliver se ha ocupado de ello y los tiene terminados. En cuanto Adam me da esta información, un vacío enorme se me instala en el pecho y me siento fatal por cómo me estoy comportando. Si Oliver es capaz de aislar nuestros problemas y seguir siendo mi mejor amigo, yo también debería poder hacerlo.


Me levanto de mi sitio y me acerco a su mesa. En cuanto llego, alza la vista y me mira con expectación. Venía con la firme intención de darle las gracias por su ayuda, pero hay algo que me carcome por dentro. Es esa frase que me ha dicho antes: Y el amor no se acaba de un día para otro. A pesar de que me tiembla todo el cuerpo y de que estoy a punto de vomitar por los nervios, se lo pregunto.


—¿Tú me quieres? Y no me refiero a quererme como amiga, me refiero a querer de…


—Sé a lo que te refieres —me interrumpe con brusquedad.


—¿Y bien? —La sensación de malestar no desaparece de mi cuerpo; más bien, todo lo contrario, se acrecienta. Al tembleque y a las ganas de vomitar hay que sumar sudor de manos y posible desfallecimiento, porque la sala ha empezado a girar sin parar.


—No.


¿No? Ahí lo tienes, Sara, todas tus dudas resueltas. El poco sonido de fondo de la biblioteca de pasar hojas y poco más desaparece de mis oídos y solo escucho un pitido, que amenaza con acabar con mi vida en menos de dos segundos.


—No pienso contestarte mientras mantengas esa actitud hostil conmigo. Así no se hablan las cosas.


«Espera. Retrocedemos». Capto sus palabras y el pitido cesa. ¿Qué acaba de decirme?


—¡Tú también estás hostil! —le suelto sin pensar. Estoy demasiado aturdida.


—¡¡¡Shhhhhh!!! —La bibliotecaria, otra vez. Hoy se está ganando cada penique de su sueldo—. ¡Será posible, señorita Summers!


—Joder, estoy enfadado contigo, Sara —me dice Oliver, sin hacer caso a esa odiosa mujer—. Ni te imaginas cuánto. Finjo queda claro que mucho mejor que yo no estarlo porque lo necesitamos. No me apetece desnudarme delante de ti. Ahora, no.


Después de esta última discusión, no volvemos a tocar el tema. Me aíslo en los estudios y lo consigo. Desconecto, por fin.

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