Hola, Cabaners.
Hoy es 20 de junio. Hoy hace un año que publiqué Aquel último verano. Hoy hace un año que os presenté a Priscila y Alex. Y al resto de los Cabana. Me parece increíble que solo haya pasado un año, tengo la sensación de que ellos llevan en mi vida mucho más tiempo. River, Marcos, Hugo, Adrián, Priscila, Alex y Jaime. Con ellos empezó todo.
Para hacer algo especial este día, me he acordado de que en el último momento, antes de publicar el libro, eliminé una escena. No me preguntéis el motivo, de repente, me sobró. Y hoy quiero compartirlo con todos vosotros.
Es un fragmento muy cortito, dentro de la escena de la carrera con las motos de agua. A ver si os gusta. Allá va:
—¡Chicos! ¡Carrera de motos de agua en la playa! ¡Acabo de apuntarme! ¿Os venís? —Marcos nos sorprende con la noticia del día.
Las carreras de motos en este pueblo son como los cierres y aperturas del chiringuito de la playa: frecuentes y en abundancia. Y hoy coincide con el inicio de las fiestas del pueblo, que comienzan al mediodía con una verbena en la playa donde colocan unos altavoces gigantes y ponen música a tope. Mas tarde, en el paseo, colocan una hilera larguísima de mesas llenas de comida y bebida para que la gente compre lo que le apetezca. En definitiva, que hoy salimos a la calle temprano y volvemos a casa temprano también, pero del día siguiente.
Nos vestimos y bajamos los cuatro juntos a la playa; vamos directos al extremo donde se encuentra el pequeño puesto de madera de alquiler de motos de agua y nos encontramos allí con Hugo y River, que están en medio de toda la marabunta de gente que va a participar. Echo un vistazo por cada rostro para ver si veo a mis padres, pero no han llegado todavía; estarán organizando todo en la tienda. Al que sí veo es a Alex, con el pelo mojado, el bañador amarillo que le marca todo el paquete, y un chaleco salvavidas verde, y mi corazón hace bum, cómo no.
—¿Alex va a participar? —le pregunto a Marcos, que está a mi lado firmando unos papeles y recogiendo su chaleco y las llaves de la moto.
—Claro.
Pues no me parece bien. Hace una semana se encontraba fatal por la rodilla y ahora ¿quiere hacer una carrera? Me voy media vuelta y voy directa a su posición. Me pregunto, de camino, si todavía estará vigente la tregua…
—¿Vas a participar? —le digo en cuanto lo alcanzo.
—¿Es a mí? —me pregunta, arrugando la frente.
—Sí, es a ti. —Lo cojo del brazo desnudo y lo aparto del grupo de personas que se preparan para la carrera—. No puedes meterte en una carrera tan agresiva.
—Tú y yo no somos nada, Reina del Desierto, no me digas lo que puedo o no puedo hacer.
Pues no. Se acabó la tregua. Al menos por su parte.
Se da media vuelta y se dirige a una de las motos que reposa preparada en la orilla. Cuento hasta treinta motos, que ya se están moviendo despacio hasta donde cubre un poco más y donde se encuentra el moderador de la carrera, y veo a Marcos y Hugo subidos en dos de ellas.
En el último momento, el último segundo, decido hacer una locura. Me quito las chancletas, con dos golpes secos en el suelo, la camiseta y los pantalones cortos; lo dejo todo junto sobre la arena y cojo un chaleco del montón que hay encima de una mesa; me lo pongo de camino a la moto en la que Alex está montado y, cuando está a punto arrancar, me subo detrás de él.
—¿Qué coño haces? ¡Baja ahora mismo! —me grita Alex en cuanto nota mi presencia y gira la cabeza para descubrir a su intrusa.
Pero en ese momento el moderador emite la señal que da comienzo a la competición y, aunque Alex intenta que me baje de la moto, no da tiempo. Demasiado tarde. Nos ponemos en marcha.
Alex acelera y nos metemos de lleno en la carrera; siento las olas bajo nuestros pies y cómo la moto golpea contra el agua, cojo postura y me abrazó a la cintura de Alex por debajo del chaleco.
Pero vamos muy lentos.
—Más rápido, Alex —le grito al oído.
—¡Voy todo lo rápido que puedo! —me responde sin girarse.
—¡No es cierto!
Me abrazo con más fuerza a él con uno de mis brazos y el otro lo apoyo en su brazo, instándole a que vaya más rápido.
—¡Dale caña de verdad! Es posible que consigas tirarme al agua y deshacerte de mí; sería un golpe de suerte.
—Deja de decir chorradas.
—Pues deja de tener miedo por mí y acelera.
—¡Joder, Priscila!
Pero a pesar de las quejas… me hace caso y acelera.
Y una vez que Alex pierde el miedo y comenzamos a coger velocidad, ya no hay quien nos pare. Las olas cada vez son más grandes, son gigantes, sin embargo, Alex las cruza sin problema; damos tantos botes en la moto que incluso me quedo suspendida en el aire durante milésimas de segundo, pero me encuentro bien sujeta.
—¡Agárrate fuerte! Y no aflojes para nada —me dice Alex mientras adelantamos a mi hermano Hugo. Lo saludo con la cabeza, con una sonrisa, y seguimos ganando posiciones.
En el momento de dar la vuelta, Alex lo hace de una manera tan perfecta que conseguimos ponernos a la cabeza de la carrera.
—¡Alex, somos los primeros! ¡Vamos a ganar!
—¡Y eso que llevo paquete!
Me río en su oído y apoyo la cabeza en su espalda. Cada vez estamos más mojados por las gotas de agua que nos salpican y refugio mi rostro en su cuerpo. Me quedo en esa postura hasta que Alex me habla:
—Pris, llegamos ya, no te lo pierdas.
Levanto la cabeza y miro hacia atrás para ver si vamos con ventaja respecto al resto de participantes o si alguien nos pisa los talones, y, efectivamente, mi hermano Marcos se encuentra a poca distancia de nosotros, pero estamos tan cerca de la meta —no es otra que el grupo de personas que nos espera con más motos del agua en medio del mar— que es casi imposible que nos alcance.
Segundos después…, ¡ganamos!
—¡Yuhuuu! —gritamos Alex y yo al unísono al sabernos vencedores.
Poco a poco, vamos perdiendo velocidad y giramos de nuevo para reunirnos con los demás. El resto de los participantes van llegando y nos vamos colocando formando un corro. La mayoría de ellos, antes de detenerse del todo, se acercan a nosotros para felicitarnos.
Me entran unas ganas casi irrefrenables de lanzarme al agua y disfrutar del momento, pero ni me lo planteo, tomando en consideración que una vez me baje de la moto, va a ser imposible volver a subirme en medio del mar, teniendo en cuenta lo complicado que es coger impulso desde dentro del agua.
Después de los vítores y las felicitaciones, cuando nos disponemos a volver a la playa para seguir celebrándolo en la verbena, me doy cuenta de que no quiero que se acabe, me apetece disfrutar más tiempo de este Alex y no quiero dejar de abrazarlo, algo que, por cierto, a pesar de estar la moto en reposo, no he hecho. Tampoco él se ha quejado…, al menos de momento. Así que me invento una excusa para no tener que volver a la playa, una excusa de lo más inverosímil, sí, pero que cuela.
—Alex, necesito ir al pueblo de al lado a comprar una cosa urgentemente.
—Bien, vamos hacia la playa.
—No, no, mejor llévame en moto, ¡llegaremos antes!
—¿En moto hasta allí? —me pregunta, girando la cabeza.
—Sí, es de vida o muerte. Necesito que vayamos ya.
Me mira a los ojos y yo le devuelvo una mirada inocente y llena de súplicas y gratitud. Funciona.
—Está bien.
Nos despedimos del resto de gente y de mis hermanos, que nos miran con cara de sorpresa, con sonrisas en el rostro, con el entrecejo fruncido y con un guiño, todo a la vez, y arrancamos.
Suspiro de felicidad y disfruto del paseo sin importarme la que me va a caer una vez Alex se dé cuenta de que lo he engañado. Quiero un día de libertad, un día sin enfrentamientos, un día como el del barco de ayer.
Llegamos a nuestro destino y, antes de que nos metamos en el puerto, decido sincerarme; es mejor ahora que hacerle parar la moto para volver a arrancarla al segundo.
—Mmm…, Alex.
—Dime.
—Que me acabo de dar cuenta de que no llevo encima ni zapatos ni ropa… no puedo ir así a la calle.
Alex frena de golpe la moto y se gira, regalándome una mala mirada.
—¿Y qué cojones llevas en esa mochila? —me pregunta, señalando la pequeña bolsa de tela que llevo colgada sobre la espalda.
—Una botella de agua, crema solar y alguna horquilla para el pelo…
Si ahora mismo yo fuera un emoticono, sería, sin duda, el del angelito. Hasta la aureola y todo siento encima de la cabeza.
—¿Me estás vacilando?
—Mmm… no —niego con la cabeza—, vamos a tener que dar la vuelta. Siento haberte hecho perder el tiempo conmigo. ¡¿Dónde tendré la cabeza?!
—Sí, claro, estoy seguro de que lo sientes muchísimo —me dice con sospecha—. ¿Qué pretendías?
—¿Qué quieres decir?
—Vamos, Priscila, no te hagas la tonta, no te pega nada. ¿Cuáles eran tus intenciones al traerme hasta aquí?
—¿Crees que tengo segundas intenciones?
—Sí.
—¿Qué tipo de intenciones? —pregunto con curiosidad.
—Eso solo lo sabes tú. ¿Para qué me querías en medio del mar?
—¿No estarás pensando en algo sexual?
—Yo no pienso nada.
—No te lo tengas tan creído. No tengo ningún plan sexual contigo a corto plazo.
—¿Y a largo plazo sí? —Su voz ha mutado de desconfiada a socarrona en cuestión de segundos.
—¡No me confundas! No estamos aquí para tener sexo en medio del mar, relájate y deja tus deseos a un lado.
—¿Mis deseos?
—Sí, quizá eres tú el que quieres llevarme a la cama —bueno, teniendo en cuenta dónde estamos, a la cama, pues no—. O al agua o a la moto. Quizá ya no te aguantas las ganas de mí.
¡Toma ya!
—Lo mismo daría, Priscila. ¿Acaso no me has visto? Puedo llevarme a cualquiera a la cama y saciarme.
Pero ¿será creído?
—A mí no —digo muy segura.
—¿Es un desafío?
—Es un hecho.
—Te he llevado a la cama en dos ocasiones en los últimos días e incontables veces en el pasado.
—Y eso es todo lo que vas a conseguir de mí. Y quizá no te quedan mujeres disponibles en el pueblo.
—Suelen querer repetir.
—No va a ser mi caso. Y eso es irrefutable.
—Tú sí que estás irrefutable —me dice, dándose la vuelta y arrancando la moto de nuevo.
Volvemos en silencio, pero no en un silencio incómodo. Ambos disfrutamos del paseo, ambos, sí, porque Alex puede negarlo todo lo que quiera, que no me lo voy a creer. Su cuerpo está relajado junto al mío y lleva la moto bastante lenta; si tuviera alguna prisa por deshacerse de mí, aceleraría, ¿no?
Cuando volvemos a la playa y nos apeamos de la moto, nos dirigimos a la caseta de madera, donde se encuentra mi hermano Marcos.
—Chicos, os estaba esperando —nos dice en cuanto llegamos.
—¿Y eso? —le pregunta Alex mientras nos quitamos los chalecos y él devuelve las llaves de la moto.
Dejo el chaleco encima del mostrador y localizo con los ojos mi montón de ropa en un rincón.
—Quería proponeros algo. ¿Os apetece comer en los puestos del paseo —nos pregunta, señalándolos— con el resto de los Cabana?
—Por mí bien —contesto. Tampoco manejaba otra opción. Me pongo la camiseta y los pantalones encima del bikini mojado y cuando voy a calzarme me doy cuenta de que no están las chancletas—. Marcos, ¿has visto mis chanclas?
—No.
—Las he dejado aquí y no están. —Las buscamos por los alrededores entre los dos, pero no aparecen—. ¡Me las han robado!
—Eso es el karma —me dice Alex, terminando de vestirse—, por mentirosa.
Mierda, seguro que tiene razón. Se me baja el subidón del superpaseo en moto al momento.
—Oh, vamos, estaba de broma. Lo más probable es que haya algún loco por ahí al que le gustan las chanclas con rosetones gigantes y se las ha llevado, porque mira que es difícil encontrar algo así.
—¿Se supone que tiene que hacerme gracia?
—Claro —me responde con la sonrisa más bonita del mundo.
—Me alegra que estés de buen humor, porque tengo que ir a casa a por algo para calzarme y… ¿me acompañas?
—¿Qué? —me dice al darse cuenta de que me refiero a él—. No. ¿Por qué?
—Porque tengo que subir en coche. Estoy descalza y he venido andando, necesito que alguien me acerque a casa y tú siempre vas en coche a todas partes.
—Pídeselo a alguno del montón de hermanos que tienes.
—Es que hemos bajado todos andando y, además, están en plena fiesta, no quiero molestarlos.
—¿Y a mí sí?
—Tú aún no estás en la fiesta.
—Me da igual. Llama a tus padres. Yo no pienso subirte.
—Venga, Alex, colega, sería un detallazo —interviene mi hermano—. Y ya que vas, necesito que me cojas unas zapatillas deportivas, estas me hacen daño —dice, señalándose los pies.
—Joder…, está bien, pero me debes una —le dice a mi hermano.
—De puta madre, están en la cocina, son verdes y amarillas. —Alex lo mira con resquemor—. Las zapatillas —aclara.
Me acuerdo perfectamente de esta escena, solo digo que, mujeres al poder😁😁 Gracias por este añadido, estaría todo el día leyendo cosas suyas. Soy adicta a los Cabana😍
ResponderEliminarhola,
ResponderEliminarcomo me he leido esta semana este libro me ha encantado la escena y ubicarla sin ningun problema. Como me gustan Alex y Pris, aunque ahora que estoy leyendo a Hugo y Dylan se han convertido en mis prefes... y mañana o pasado empezare con River jejeje.
Me encanta como escribes, has sido mi descubrimiento de este año
Besotesssssssssssssssssssssss
Hola quería saber para qué edad más o menos recomendarías este libro
ResponderEliminarWoooww amo a los Cabana, han Sido mis últimas lecturas, ya voy en la historia de River, no sé cuál es mi favorito de los hermanos, pero me encanta como escribes y relatas los romances, estoy sintiendo como boba ala pantalla del celular
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