Ya tenemos Las caídas de Sara
en preventa y, tal y como prometí la semana pasada, hoy toca sorpresa. Es mi
manera de agradeceros a todos la maravillosa acogida que le estáis dando a
Sara.
Aquí tenéis el capítulo uno completo del libro 2 de Sara Summers. ¡Disfrutadlo!
Y cuidado para aquellos que no hayáis terminado de leer el primer libro porque contiene SPOILERS.
Un besazo a todos.
Susanna.
Will
«¿Qué me sucede?
¿Dónde estoy?». Oía voces. Alguien intentaba decirme algo, había oído mi
nombre. Y el de Sara.
Intenté abrir
los ojos, una vez más, sin éxito. No era capaz de levantar los párpados.
Percibí un movimiento a mi lado. «¿Estoy dormido? ¿Por qué no consigo
despertarme?».
Insistí, con
todas mis fuerzas, hasta que mis ojos comenzaron a abrirse. Oí un golpe seco,
como si algo se hubiera caído al suelo. Me encontraba boca abajo y, por la fina
rendija que se abrió entre mis ojos, conseguí ver mi almohada. Me di media
vuelta y miré hacia la puerta. «Creo que el ruido que he oído viene de esa zona».
Me incorporé, despacio, y vi a… «¿Sara?». No conseguía enfocar la mirada.
—¿Sara? —pregunté
a la silueta parada en mi puerta.
Entrecerré los
ojos, para ver mejor, y entonces la distinguí, era ella. Pero algo no marchaba
bien, porque no me había contestado. «¿Por qué me mira de esa manera? ¿Qué
ocurre? ¿Por qué parece que está a punto de romper a llorar?».
Seguí su mirada
hasta el lado izquierdo de mi cama, y di un respingo por el escenario que se
presentó ante mis ojos, ahora abiertos del todo. «¿Tessa? ¿Qué cojones hace
Tessa en mi habitación y en mi cama? Joder, ¡y está desnuda! ¿Qué coño pasa?
Tiene que tratarse de una jodida pesadilla. ¿Estoy soñando?».
—¿Pero qué coño
haces tú aquí? —grité a la rubia, que se vestía sin pudor.
Moví la vista a
mi novia, que justo salía corriendo por la puerta. «¡Oh, joder!». Me di cuenta
de lo que debía de estar pasando por su cabeza. «No, no, no. Sara, esto no es
lo que parece. No entiendo qué coño hace aquí Tessa». Me levanté, me puse los
primeros pantalones vaqueros que encontré, tirados por el suelo, y ni me
molesté en abrochármelos. Salí acelerado de mi habitación, en busca de Sara, pero
no estaba.
—¡Sara! ¡Sara!
—la llamé, sin obtener respuesta.
Corrí hasta el final
del pasillo y miré por la escalinata. No podía verla, pero escuchaba el sonido
de pisadas que golpeaban con fuerza el mármol. En ese momento, la puerta de la
habitación de Dan se abrió y aparecieron por el umbral Pear y él.
—Will, ¿qué pasa?
—me preguntó mi amigo, inquieto, con la frente arrugada. No llevaba camiseta, no
había que ser muy vivo para saber lo que estaban haciendo.
—¿Dónde está
Sara? Acabo de dejarla aquí hace un momento. —Pear se asomó al pasillo y miró
hacía mi habitación en busca de su mejor amiga. Llevaba el pelo despeinado y tenía
los labios hinchados de enrollarse con mi mejor amigo.
Los miré sin
contestarles. No había tiempo. Bajé por las escaleras, a toda hostia, a la vez
que llamaba a Sara a gritos. Salí a la calle y miré hacia ambos lados. Llovía
con intensidad y era de noche, por lo que la visibilidad era prácticamente
nula. No había ni rastro de Sara. Pensé que quizá no había sido ella la que
bajaba por las escaleras, que tal vez se había metido en la habitación de Adam
o en la de Oliver. «¡Joder, no lo sé! Estoy atontado, no consigo despertarme».
Comencé a recorrer
los alrededores del edificio para ver si la localizaba. No me había dado tiempo
a calzarme, así que sentía, a cada paso, cómo se clavaban miles de piedras y,
vete a saber qué más mierdas, en las plantas de mis pies.
Después de dar varias
vueltas, me rendí y regresé a la residencia. Me choqué en la entrada con Dan,
que ya se había puesto una camiseta, y que, al parecer, me estaba buscando.
—Will, ¿qué ocurre?
¿Dónde coño está mi hermana? —Estaba nervioso, no es tonto e intuía que algo importante
sucedía con Sara.
—Joder, no lo sé
—contesté, desesperado, pasándome las manos por el pelo.
Lo esquivé y
subí por las escaleras, corriendo, los nueve pisos. Me faltaba la respiración y
me quemaban los pulmones, pero no me detuve. Dejaba un rastro de agua a mi paso
y me resbalé, pero me agarré a la barandilla y no me caí.
—¿Cómo que no lo
sabes? ¿Qué coño significa eso, Will?
Dan me seguía de
cerca. «¡Mierda!». No podía contestar a sus preguntas porque sabía lo mismo o
menos que él. Pensaba, mientras subía, en qué cojones había podido suceder. «¿Qué
coño hacía Tessa desnuda en mi cama?». No me acordaba de nada.
Hice un esfuerzo
y recordé que, en la cena, Tessa se había acercado a mi mesa a decirme algo,
pero no recordaba el qué, no le presté atención. Me importaba una mierda lo que
tuviera que decirme. Estuve un rato hablando y bebiendo cervezas con los chicos.
Me fui temprano a mi dormitorio porque había quedado con Sara. Ella quería
patinar un rato, pero, después, íbamos a reunirnos en mi cuarto. Estaba
esperándola cuando empecé a tener sueño… Y lo último que recordaba era su
silueta, que me miraba horrorizada y destrozada. «¡Joder! Debe de estar
pensando lo peor».
Decidí buscarla
primero en la habitación de Adam, quizá se había ido con él y yo me había
obcecado al pensar que había bajado por las escaleras… «¡Joder, no lo sé! Por
favor, que esté con Adam».
Llegué, exhausto,
a mi piso y corrí hasta el final del corredor. Pear continuaba preocupada en la
puerta de la habitación de Dan. Asesté golpes tan fuertes a la puerta de mi vecino
que podría haberla tirado abajo. Por suerte, a los pocos segundos, me abrió un
Adam adormilado y en pijama.
—¿Von Kleist? —me
preguntó, desconcertado—. ¿Qué coño quieres? ¿Te has vuelto loco? —De repente,
estaba cabreado. Sara me había comentado, en más de una ocasión, que tenía muy mal
despertar.
—¿Está Sara
contigo? —Sonaba desesperado. Aún no había recuperado la respiración. «Por
favor, dime que sí. Por favor».
Su expresión se
transformó de enfado a desconcierto. Entonces lo supe. «Mierda. No está aquí».
—¿Cómo que si
está Sara conmigo? Se supone que está contigo.
—¡Joder, joder,
joder! —Me di la vuelta, llevándome las manos a la cabeza, y despeinándome el
pelo más de lo que estaba. Adam salió de su dormitorio y me sujetó del brazo,
con fuerza, colocándonos frente a frente.
—¿Qué ha ocurrido?
—Parecía preocupado.
Comenzamos a oír
murmullos por los pasillos. Los alumnos habían oído nuestros gritos y salían de
sus habitaciones movidos por la curiosidad.
Tessa eligió ese
puto momento para abandonar mi habitación y hacer su aparición estelar. La miré
de arriba abajo: llevaba el pelo despeinado, los labios hinchados y el
maquillaje corrido. Para rematar, había salido a medio vestir.
Me miré a mí mismo:
joder, tenía la misma pinta indecente que ella. Además, estaba calado de pies a
cabeza y solo llevaba encima unos pantalones vaqueros sin abrochar. No hay que
ser muy listo para adivinar cuáles fueron las putas conclusiones que sacaron
todos los que nos rodeaban. El primero en hablar, y en golpear, fue Adam.
—¡Hijo de puta!
—Sentí su derechazo en la mandíbula. Si hasta ese momento quedaba algún rastro
de adormecimiento en mi cuerpo, la adrenalina de la más que probable próxima pelea
hizo que me despertara.
—No es lo que
parece —intenté defenderme.
Me fijé en Dan,
que me miraba horrorizado. «Joder, Dan, tú no. Tú no puedes pensar lo mismo que
el resto. Sabes lo importante que es tu hermana para mí».
—Dan, no. ¡Dan,
mírame! —Intenté zafarme de Adam, que insistía en pegarme. Lo aparté de un
empujón, pero volvió a la carga y me asestó otro puñetazo, esa vez en el ojo.
Quise devolvérselo, pero estaba enajenado y yo aún no me había recuperado de la
carrera. Encajé dos puñetazos más, antes de que pudiera asestar el primero en
su pómulo izquierdo. Mi mejor amigo permanecía impasible mientras Adam me
vapuleaba.
—¡Dan, te juro
que no ha pasado nada! —Me encontré con el azul aguamarina de sus ojos. Sentí
como el párpado del ojo se me cerraba por el golpe que me había dado Adam—. Dan,
confía en mí, por favor. No ha pasado nada. —No aparté mi mirada de la suya,
tenía que creerme. Intenté mostrarle toda la sinceridad de la que era capaz
hasta que descubrí, aliviado, el momento en el que decidió confiar en mí.
—Adam, ya basta.
Deja que se explique —intervino mi mejor amigo. Adam dejó de golpearme. Me
sorprendió que lo hiciera. Aunque es cierto que Dan y Adam siempre se han
llevado bien. Son algo parecido a amigos. Y se respetan el uno al otro.
—¿Qué pasa aquí?
«De puta madre,
el que faltaba. El jodido Oliver Aston». Su queridísimo amigo enseguida lo puso
en antecedentes.
—Pasa que este
hijo de puta se ha tirado a Tessa. —Nos señaló, alternativamente, a la otra implicada
y a mí.
—¿Qué? —Oliver
lucía sorprendido. No me hubiera esperado jamás esa reacción por su parte.
Pensé que se lanzaría a pegarme puñetazos como Adam, sin preguntar. Debía de tener
algo más de cordura que su mejor amigo. Su siguiente pregunta fue la que hizo
que sintiera una gigantesca presión en la boca del estómago.
—¿Dónde está
Sara?
No me quedó más
remedio que responder. Además, necesitaba explicarme.
—No lo sé,
joder. He salido corriendo detrás de ella, pero no la he localizado. En la
calle no la he visto y pensé que, quizá, estaba contigo, o con Adam. —Recibí,
sin previo aviso, otro puñetazo en la mandíbula. Adam me había vuelto a golpear.
Y sería el último golpe que recibiría sin defenderme. Nos enzarzamos en una
pelea de la hostia. Incluso nos caímos al suelo y dimos vueltas sin control.
—¡Basta ya,
Adam! —Dan se aproximó a nosotros y apartó a Adam (que insistía en darme
patadas) de encima de mí.
—¿Tú de qué
parte estás?
Aquella pregunta
del jodido Oliver Aston iba dirigida a mi mejor amigo.
—Tranquilos
todos, joder. A veces las cosas no son lo que parecen. Will, ¿qué ha pasado? Explícanoslo.
—Dan me ofrecía la oportunidad de que me explicara. Volví a estrujarme la
cabeza con las manos.
—No lo sé,
joder. ¡No lo sé! —Me estaba volviendo loco—. He venido temprano a mi
habitación porque había quedado con tu hermana, ya lo sabes, y me he debido de quedar
dormido. Estaba muy cansado, no entiendo por qué, no me había sentido cansado en
la cena.
—Continúa.
—Cuando me he
despertado, ella —señalé con el dedo a Tessa, que se había parapetado detrás de
uno de sus amigos, cuyo nombre ni sabía— estaba en mi cama, desnuda. —Percibí
cómo Oliver perdía todo el autocontrol que poseía (que no es poco)—. Pero no ha
pasado nada. Si hubiera sucedido algo entre nosotros, yo lo sabría, pero estoy
seguro de que no. ¡No entiendo qué coño hacía allí!
—¡Y una mierda
que no lo sabes, cabrón! ¡No te creo ni una puta palabra! —Adam quería volver al
ataque, pero Dan se colocó en medio, en un intento de detener la inevitable
pelea.
—¡Vale ya, jod…!
Mi amigo no pudo
terminar su frase, porque Oliver se acercó a él y le asestó un puñetazo en la
mandíbula.
—Pero ¡¿qué coño
haces?! —Dan soltó un gruñido de dolor y se palpó la zona donde Oliver lo había
golpeado.
Miré hacia
Oliver, que estaba descontrolado. Observaba a Dan con un odio que jamás había
visto en él. «¿Por qué coño estos dos se llevan tan mal? ¿Qué puede tener
Oliver en contra de Daniel?». Lo apuntó con el dedo.
—Esta es la
última vez que le das la espalda a tu hermana sin recibir tu merecido, Summers.
Arremetió contra
él y le pegó un puñetazo en los riñones. Lo que sucedió a continuación es
difícil que se me olvide en lo que me queda de vida. Dan le devolvió el golpe y
se enzarzaron a pegarse, sin control. Se empotraron contra la pared y no supe
quién pegaba a quién, porque solo veía un lío de piernas y brazos. Esos dos
hacía años que se buscaban el uno al otro, solo fue necesario que alguien o
algo encendiera la mecha.
Adam no perdió
su oportunidad y me atacó de nuevo. Me enzarcé en mi propia pelea, y perdí de
vista a Dan y Oliver. Me dio un golpe en las costillas que me dejó sin
respiración. Estuvimos así horas, según mi parecer, aunque lo más probable es que
hubieran pasado segundos hasta que nos separaron. A ellos, los detuvieron Marco
y Brian, y a nosotros, mis amigos, Aaron y Jack.
—¡Oliver! ¡Oliver!
¡Detente! Ya está, tranquilo. Tranquilo. —Escuché las palabras con las que
Brian intentaba tranquilizar (o controlar) a Oliver.
Cuando nos
separaron a Adam y a mí, vi cómo Brian sujetaba a Oliver por los hombros. Tosí
y me cagué en todo, por el horrible dolor abdominal que me provocó. Intenté
respirar despacio.
Se había formado
un amplio círculo de gente a nuestro alrededor. La mejor amiga de Sara se encontraba
dentro del círculo. Se la veía inquieta, la situación la había sobrepasado. Brian
sujetaba a Oliver en un extremo mientras que Marco sujetaba a Dan en el extremo
opuesto. Ella dudaba sobre qué lado escoger. Su mirada oscilaba entre Oliver y
Dan. Cuando atisbé las primeras lágrimas por sus mejillas, supe qué decisión había
tomado.
Se colocó enfrente
de Dan, lo miró con dolor, y retrocedió hasta situarse junto a Oliver. «Es leal
a Sara por encima de todo y de todos». Mi amigo cerró los ojos, con dolor, y
asintió con la cabeza. Le gustaba más esa chica de lo que quería aparentar.
Oliver
Me pasé el brazo
por la boca en un intento de retirar la mayor cantidad de sangre posible. Palpé
mis pantalones vaqueros hasta que detecté el teléfono móvil y las llaves de la
moto. Acababa de llegar a mi habitación cuando comencé a escuchar todo el
alboroto. No me había dado tiempo a desvestirme.
—Voy a buscarla
—expresé en alto, sin dirigirme a nadie en particular. Di media vuelta y me
dirigí a las escaleras con prisa.
—Te acompaño.
—Adam me alcanzó mientras bajaba los peldaños a toda velocidad.
Llegamos a la
planta baja y salimos a la calle. Miramos para ambos lados, en un vano intento
por descubrir qué dirección habría podido elegir Sara, pero no teníamos ni puta
idea. Sara es muy imprevisible, había podido ir a cualquier parte. Aun así, la
conozco bien, y se me ocurrieron un par de lugares por donde empezar a buscar.
Había que comenzar por algo.
—Voy a coger la
moto para dar una vuelta por los alrededores.
—Bien, yo voy a
buscarla por el colegio. ¿Dónde ha podido ir?
—No lo sé, Adam.
No lo sé.
Fui al garaje,
me monté en la moto y arranqué. Salí disparado, sin ponerme el casco, no quise
perder ni un segundo. Primero di vueltas por los posibles lugares a los que
había podido ir Sara dentro del colegio, pero no la encontré.
«¿Dónde estás,
nena?».
Salí del colegio
por el camino que lleva a nuestro paraíso secreto, por el que Sara me obligó a
saltar cuando tenía nueve años. La moto entraba a duras penas por aquel camino,
tuve que sortear árboles, ramas y un montón de obstáculos más. A propósito, me
acerqué a «Once metros».
«¿Es posible que
hayas ido allí?». Era una puta locura hacerlo con ese tiempo y esa oscuridad,
pero Sara es capaz de eso y mucho más. Debía de estar desesperada. Era
consciente de que conocía esos caminos como la palma de su mano, pero, aun así,
estaba muerto de miedo. Era muy peligroso que anduviese sola por allí, y más en
el estado en el que ella se encontraría. Podría resbalarse y caerse o… «No,
joder, no puedo ni imaginármelo. Necesito encontrarla».
El corazón me
latía desbocado y pronto estuve empapado por completo; hacía rato que había
comenzado a llover con intensidad. La visibilidad era casi nula y lo único que
conseguía ver era el pequeño trayecto que me alumbraba el foco de la moto. Por
suerte, conocía bien el camino.
Poco después,
distinguí el claro donde se sitúa «Once metros». Tenía todas mis esperanzas
puestas en encontrarla allí; de lo contrario, no sabía qué más hacer. El corazón
me dio un vuelco por la inquietud de no encontrarla. Me introduje con la moto
por el estrecho camino embarrado hasta que, por fin, llegué.
«Joder, no veo
nada». Me bajé de la moto y corrí hacía el «cenote». La imagen de Sara saltando
con esa lluvia y esa negrura pasó por mis ojos. «No, por favor». El solo hecho
de pensarlo provocaba que me temblara todo el cuerpo.
Me acerqué al
precipicio y me puse la mano encima de los ojos, a modo de visera, para evitar
que se me empañaran más los ojos por la puta lluvia. Oí unos leves sollozos.
Tenía que ser ella. Rastreé todo el borde hasta que la encontré.
Miré al oscuro
cielo y di gracias a Dios, a pesar de no creer en él. Sara estaba sentada en el
borde del precipicio y se sujetaba las rodillas con los brazos mientras
balanceaba su cuerpo adelante y atrás. Sin perderla de vista, saqué mi teléfono
del bolsillo de mi pantalón vaquero, y marqué el número de Adam. Me contestó al
primer tono.
—La tengo.
Colgué.
Adam
—La tengo.
Repetí las
palabras de Oliver en mi cabeza. La había encontrado. Todo estaba bien. Ella
estaba bien, lo supe por el tono de voz con el que había hablado Olly por
teléfono, a pesar de que solo fueron dos palabras. Alivio.
Me guardé el
teléfono y regresé a la residencia. Subí por las escaleras, con cuidado, porque
estaban llenas de charcos de agua. Cuando llegué a mi piso, descubrí que se había
organizado la de Dios en nuestra ausencia.
Había un montón
de alumnos, chicos y chicas. Entre ellos, el cabronazo de Will y el idiota de Daniel.
Me entraron ganas de partirles la cara, a los dos. Pocas veces me posicionaba
tan en contra de Daniel Summers, pero aquella vez… aquella vez le hubiera roto
los dientes por no defender a su hermana. «Capullo». Ambos estaban empapados de
arriba abajo, por lo que intuí que habían salido a la calle a buscar a Sara.
La directora
Peters estaba en mitad de todo el jodido barullo. Parecía preocupada y enfadada
a la vez. También habían hecho acto de presencia varios profesores; todos se
preguntaban dónde podía estar Sara. Escuché a la directora exigirle a Will una
explicación. «Como si el muy gilipollas fuera a aclararte algo». A Tessa no la
vi por ningún sitio. «Cobarde».
Recorrí el largo
corredor hasta llegar a mi habitación. No quise saber nada de ninguno de ellos.
En la puerta de la habitación de Marco, descubrí a toda la pandilla al
completo. Les hice un gesto con la cabeza, imperceptible para los demás. Olly
había encontrado a Sara y ellos lo sabían. A Pear la vi muy afectada, quise ir
a abrazarla, pero me contuve. No quería mostrar nada a los demás. Más tarde, la
buscaría e intentaría tranquilizarla.
Los alumnos y
profesores me abrieron el paso a la espera de algún tipo de explicación sobre el
paradero de Sara. «Pues van listos». Daniel no se contuvo y me preguntó
directamente:
—Adam, ¿la
habéis encontrado?
—No —le contesté
sin detenerme, y sin mirarlo.
Con el rabillo
del ojo, vi sus rostros llenos de preocupación. Era muy tarde, y Sara no había
aparecido. Desde luego, no sería yo quien los sacara de su incertidumbre.
Abrí la puerta
de mi dormitorio y la cerré de un portazo, en sus narices, sin ningún tipo de
arrepentimiento por dejarlos en la ignorancia respecto al paradero de Sara. «Que
se jodan, los dos».
Y hasta aquí todo por hoy. ¡Felices vacaciones de Semana Santa a todos!
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