Tal y como comentaba en el post anterior, tan solo quedan 9 DÍAS para que se publique el libro 2 de Sara Summers, y quiero compartir con vosotros el capítulo 2 de Las caídas de Sara:
2 El dolor de la traición
Bum, bum, bum.
Mi corazón latía
acelerado y resonaba en los tímpanos de mis oídos.
Bum, bum, bum.
Me detuve en
cuanto estuve segura de que Will no me seguía. «Oh, Will, ¿por qué me has hecho
esto? ¿Por qué insististe en volver conmigo si no me querías? Solo tenías que
seguir tu camino sin cruzarte con el mío. Yo no te obligué a nada, no te acosé,
no te perseguí, no… no lo entiendo. ¿Y si nunca me has querido?».
El nudo de mi
estómago se agrandó con ese último pensamiento, me apretaba, y me ahogaba, ante
la nueva posibilidad que se abría en mi cerebro.
Lloraba sin
consuelo mientras caminaba y apartaba las ramas de los árboles que encontraba a
mi paso. No salí a la carretera, hice todo el camino por el bosque. Me tropecé con
una rama del suelo, que no vi, y me caí al barro. Me quedé sentada en el suelo.
Llovía sin control. No sentí dolor, no sentí nada. Debí de clavarme alguna rama,
o algo similar, en la mejilla, porque empecé a sangrar; lo supe porque noté el
sabor metálico de la sangre en mi boca. Miré hacia mis piernas, hundidas en el
fango, y descubrí que tenía un agujero en el pantalón, a la altura de la
rodilla, y que sangraba.
La lluvia
aceleró el proceso de limpieza y provocó que me resbalara la sangre por la
mejilla. Me pasé el brazo por el rostro para limpiarme. Me levanté y continué
caminando. Vagué por el bosque durante algunos kilómetros, no podía
calcularlos, mi cerebro estaba en modo «off».
Llegué a «Once metros»
sin pretenderlo. Estaba sola. Nunca me había sentido sola en aquel paraíso. Pero
no sentí miedo, no tengo miedo a la oscuridad, ni a la soledad. Y, si hubiera
aparecido un malhechor, estoy segura de que yo daba más miedo que él. Debía de
tener una pinta horrible entre el barro, la lluvia y la sangre.
«¿Qué me has
hecho, Will? Hice bien en no concederte todo mi corazón, hice bien en guardarme
una parcela para mí; de lo contrario, no sé qué sería de mí».
Me tumbé en el
suelo, junto al precipicio, en posición fetal. No me quedaban fuerzas para seguir
en pie. Me abracé las rodillas con los brazos. No conseguía dejar de darle
vueltas a todo lo sucedido.
Ignoraba si había
dejado de llover. Tenía los ojos cerrados y seguía sin sentir nada. Me
incorporé y puse la palma de mi mano hacia arriba: las gotas rebotaron en mi
piel. Seguía lloviendo.
Me levanté y me
asomé al precipicio. «¿Y si salto?». Era de noche, pero sabía con exactitud lo
que tenía bajo mis pies y desde qué punto debía saltar para que no me pasara
nada. Solo buscaba un poco de paz. Necesitaba esos segundos de caída libre en
los que mi mente se quedaba en blanco. Me asomé, de nuevo, al precipicio; solo
había oscuridad. No podía arriesgarme. Cerré los ojos y me senté en el borde.
No sé cuánto
tiempo estuve sentada. Me mecía con mi cuerpo, intentaba calmarlo. La lluvia me
caló por completo y tiritaba de frío. Hacía pocos minutos que había empezado a
sentir. Quizá no fueron minutos, quizá fueron segundos, u horas. Era imposible
saberlo. Todavía la noche era muy oscura. Hubiera preferido no haber empezado a
sentir. Me dolía el corazón. Demasiadas puñaladas clavadas en él para una noche
y, cada vez que rememoraba lo ocurrido… una nueva puñalada más.
Creo que lo peor
de todo, lo que provocó que me hundiera de aquella manera, fue no entender por qué
Will me había hecho aquello. Me sentí traicionada, por primera vez en mi vida.
Era un sentimiento tan nuevo y tan feo. Y con mi mayor enemiga. Me hubiera
dolido menos si hubiera sido con otra cualquiera (creo), pero con Tessa, con
esa mirada de satisfacción que me lanzó en cuanto la vi en la cama de Will, eso
fue lo que me mató. Me sentí estúpida, derrotada de la forma más… humillante. ¿Tan
sencillo era acabar conmigo? Me acordé de los griegos y del caballo de Troya. Hay
maneras y maneras de perder una batalla, o una guerra, y aquel, sin duda, fue
un golpe maestro por parte de Tessa.
De repente, sentí
calor por el cuerpo. Era lejano, pero real. Detuve el tren de pensamientos que
me asfixiaba desde hacía horas, y volví al mundo real. Alguien me abrazaba.
Oliver. Era su
olor. Sabía que me encontraría, pero estaba tan ensimismada en mi batalla
interna que no lo oí venir. Escondí mi cabeza en su cuello y lloré sin consuelo.
Me faltaba el aire.
Oliver intentó
calmarme, pero no era fácil. Jamás me había sentido tan impotente. Tan
derrotada. Y lo odié. Odié esa sensación.
Oliver nos mecía
a los dos juntos. No sé el tiempo que permanecimos así. En aquella fría noche,
el tiempo no existía. Hasta que percibí que mi cuerpo no tocaba el suelo.
Oliver me había cogido y me llevaba en sus brazos.
—Tenemos que
salir de aquí, estás temblando y tienes la piel muy fría. Podría darte una
hipotermia en cualquier momento, llevas demasiado tiempo expuesta al frío y a
la humedad.
Me sentía
confusa. Pasaba, en segundos, de la consciencia a la inconsciencia. «¿Qué
sucede? ¿Dónde estoy? Tengo mucho sueño».
Oliver me sentó
en algún sitio, miré hacia abajo y descubrí que era su moto. Como me encontraba
a salvo, y en casa, quise cerrar los ojos y dormir.
—Eh, nena. —Me
dio golpecitos en la mejilla, muy suaves, pero suficientes para despertarme—. Nena,
no te duermas, ¿vale? Necesito que te sujetes muy fuerte a mí mientras estemos
en la moto.
Lo miré, por
primera vez, y vi su rostro lleno de moratones y restos de sangre. Me dio un
vuelco el corazón.
—Olly —le
susurré, a la vez que acariciaba su mejilla con mis dedos. No había susurrado
porque tuviera miedo a que alguien nos escuchara, sino porque me había quedado
sin voz—, ¿qué te ha pasado en la cara?
—No te preocupes
por eso ahora.
¡Cómo no iba a
preocuparme! ¿Se había pegado con Will? Me humedecí los labios y tragué saliva.
Tenía la boca seca.
—¿Te has peleado
con él? —Me dolía el pecho por tener que pronunciar su nombre—. ¿Con Will?
Oliver, que en
esos momentos me miraba a los ojos, apartó la mirada.
—Sí, me he
peleado con Will.
«¿Por qué me ha
apartado la mirada? Porque miente, pero ¿por qué? ¿Qué ha pasado?». No insistí,
no tenía fuerzas. Estaba cansada. Lo descubriría más tarde.
—Ayúdame a
quitarte el abrigo. —Olly me bajó la cremallera y me sacó la parca por los
brazos. Me dejé hacer—. Eso es, muy bien. Ahora vamos a ponerte el mío, que
está menos empapado.
Se sentó delante,
al volante, y me apreté a su espalda. Le rodeé la cintura con mis brazos y
apoyé la cabeza en su espalda. Advertí que sacaba algo de sus pantalones.
—Alex, sí, soy Oliver. Necesito que vengas a
recogernos. A Sara y a mí, luego te lo explico. Hace un tiempo de mierda para
ir en moto hasta Edimburgo. Nos encontramos por el camino. Bien, esa gasolinera
me parece perfecta. Trae algo de ropa seca. Para los dos, sí, coge lo primero
que encuentres. Y Alex, ven rápido, por favor.
Oliver se giró
hacia mí y me colocó el casco en la cabeza, pero no parecía satisfecho.
—Nena, estás muy
débil. Tengo miedo de que te caigas de la moto. He quedado con tu hermano a
ochenta kilómetros de aquí. Es bastante trayecto. Ven, ponte tú delante.
Oliver me colocó
en la parte de delante, pero de espaldas al manillar. Se sentó enfrente de mí y
me obligó a rodearle la cintura con mis piernas. Abracé su nuca y apoyé la
cabeza en su pecho. Tirité, del frío que tenía. Me sujeté a él con las últimas
fuerzas que me quedaban. Solo entonces arrancó la moto. A los pocos segundos, me
quedé dormida.
Dos minutos (es
el tiempo que me pareció a mí) después de dormirme, sentí cómo frenábamos y nos
quedábamos quietos en la moto. El viento ya no me azotaba el cuerpo. Abrí los
ojos, desorientada, y vi que habíamos parado en una gasolinera. «¿Será esta la
gasolinera de la que hablaba Oliver?». Tenía la sensación de conocerla, pero mi
cerebro seguía apagado. Me incorporé y atisbé, a escasos metros, el BMW negro
de mi hermano Alex. «A lo mejor no he dormido dos minutos, quizá ha pasado más
tiempo».
Mi hermano se
acercó corriendo a nosotros. Llevaba la cabeza tapada con la capucha de la
sudadera, pero lo reconocí. Seguía lloviendo.
—Oliver, ¿qué coño
ha pasado? ¿Tú sabes qué hora es? ¿Y por qué estáis llenos de barro?
Eran demasiadas
preguntas, aunque muy lógicas, teniendo en cuenta nuestro aspecto. Me bajé de
la moto y Alex pudo fijarse más en mí.
—¡Sara, estás
sangrando!
«¿Estoy
sangrando?». No me acordaba. Mi hermano se puso nervioso. Comenzó a toquetearme
por todas partes para asegurarse de que todo estaba en su sitio.
—Ha debido de caerse
en el bosque, son solo rasguños, tranquilo, me he fijado bien. Parecen más
aparatosos por la sangre y el barro —le explicó Olly.
—Aston, ¿qué
coño ha pasado? —repitió mi hermano, cabreado y asustado.
—Luego te lo explico
todo, Alex. Te lo prometo. Ahora hay que meter a Sara en el coche y ponerle ropa
seca, está congelada.
—Sí, meteos en el
coche los dos —accedió mi hermano mayor—. Deja la moto aquí aparcada y
vendremos mañana a por ella.
Pensé que la
situación era desesperada para que Oliver aceptara abandonar, en mitad de la
nada, su bien más preciado, pero no dije nada. Seguía sin articular palabra,
ellos solos llevaban todo el peso de la conversación. Oliver se quitó el jersey
y se lo tendió a mi hermano.
—Toma, mójalo
con agua limpia mientras nos ponemos la ropa seca.
Mi hermano asintió
y se fue. Oliver abrió la puerta de atrás y me introdujo en el coche, con
cuidado. Me desvistió sin que yo opusiera resistencia. Al sacarme el jersey por
la cabeza, me rozó la herida de mi rostro y me encogí por la molestia. Debió de
darse cuenta porque cuando me sacó la camiseta interior, tuvo más cuidado. Después,
me quitó las playeras y los leggings.
Tenía toda la ropa empapada, incluso la ropa interior. Pero esa no me la quitó.
Me puso ropa seca: un pantalón de chándal y una sudadera que me quedaba enorme.
Debían de ser de mi hermano. Después de ocuparse de mí, se cambió él de ropa.
Alex entró en el
coche, con el jersey empapado, y se lo tendió a Oliver.
—Gracias, Alex. Arranca
el coche, por favor. Llévanos a casa.
Oliver me sujetó
la barbilla y comenzó a limpiarme la herida con el jersey mojado. Escocía.
—Tranquila,
acabo ya. Solo quiero limpiarte, por encima, para que no se infecte.
Cuando dio por
concluido su trabajo, me tumbó en su regazo y me quedé medio dormida. Aún
tiritaba. Oliver me acariciaba la espalda, en círculos, y, poco a poco, entré
en calor, hasta que me dormí. Un rato después, me desperté, pero me quedé en un
estado de duermevela que solo me permitió escuchar retazos de la conversación
del coche.
—¿Está tu padre en casa?
—No, está en California con mi abuelo.
—Mejor.
…
—¿Qué cojones ha pasado, Oliver? ¿Por qué
está así mi hermana?
—Se ha peleado con Will y ha salido corriendo
del colegio cuando más llovía. La he encontrado en el bosque.
—¿Por qué se ha peleado con Will?
—Eso tendrá que contártelo ella.
…
—¿Saben en el colegio que estáis conmigo?
—No lo creo. Solo he llamado a Adam para que
supiera que la había encontrado y, conociéndolo, no creo que haya avisado a
nadie.
—Joder, Oliver, esta vez la habéis liado bien.
Más tarde, a una hora más prudente, llamaré a Amanda para informarla de todo.
Me desperté del
todo y me incorporé. Me encontraba mejor. No me sentía tan desorientada y había
entrado en calor. Debía de hacer, como mínimo, cuarenta grados dentro del
coche. Miré por la ventana y, al instante, reconocí el paisaje: los árboles,
las casas, la curiosa silueta de las farolas…
—¿Ya hemos
llegado a casa? —pregunté.
—Sí, estamos a
cinco minutos.
Me apoyé en el
respaldo de mi asiento y cerré los ojos una vez más. Minutos después, mi
hermano detuvo el coche en la entrada de casa y nos dijo que fuéramos entrando
mientras él aparcaba el coche en el garaje.
Cuando entré por
la puerta, no sabía qué hacer. Oliver entró en el servicio y yo me quedé, de
pie, en el recibidor. Estuve ahí un rato hasta que apareció mi hermano con algo
en la mano.
—Quítate esa
ropa, Sara. Y ponte esto. Estarás más cómoda. —Alex me tendió uno de mis
pijamas y ropa interior seca.
No me molesté en
ir a mi habitación. Me quité la ropa en la entrada y la dejé caer al suelo.
Cuando estuve lista, mi hermano me puso la mano en la parte baja de mi espalda
y me empujó a la cocina.
—Vamos, te
prepararé un té. ¿Te apetece?
No le contesté.
—Me lo tomaré
como un sí.
Me senté en una
de las sillas de la cocina mientras Alex trasteaba en los armarios. Oliver enseguida
se unió a nosotros. Traía, en las manos, algodones y varios productos
desinfectantes. Colocó todo encima de la mesa y se sentó a mi lado. Seguía con
la misma ropa que le había prestado mi hermano, que, si a mí me quedaba enorme,
a él le quedaba bastante justa. Tenía el cabello húmedo y despuntaba hacia
todas partes. Nos quedamos los tres en silencio. Mi hermano me sirvió el té y
lo cogí con las manos. Estaba caliente. Oliver sacó su teléfono móvil de uno de
los bolsillos del pantalón y marcó un número.
—Mamá, soy yo. No, tranquila, estoy bien. Solo
quería decirte que estoy en casa de Sara. Sí, claro, en Edimburgo. Ya sé que
son las cinco de la mañana. Mamá, por favor, no te pongas histérica, los dos
estamos bien. No, nos ha traído Alex en coche. Avisa al colegio, por favor, nos
hemos ido sin decir nada. Mamá, no, no vengas. ¡Joder!
Moví la cabeza
como una autómata hacia Oliver. No le pedí explicaciones, pero me las dio de
todas maneras.
—Mi madre viene
hacia aquí. —Lanzó cabreado el móvil a la mesa.
El té seguía
intacto en mis manos, enfriándose. Oliver giró nuestras sillas hasta que
quedamos frente a frente. Muy cerca. Nuestras rodillas chocaron.
—Esto te va a
doler un poco. Intenta aguantar, seré rápido.
Asentí con la
cabeza. Comenzó a curarme la herida. No dolió «un poco», dolió mucho, pero no
me quejé. Su respiración me dio de pleno en la mejilla y su aliento entró por
mis fosas nasales. Tenía una gota de agua en la punta del cabello a punto de
caer. Esperé unos segundos, hasta que cayó a su mejilla. Seguí todo su
recorrido hasta que desapareció por el cuello.
—No bajes la
cabeza, nena. —Me sujetó la barbilla y me subió la cabeza para poder curarme
bien la herida. Me encontré con sus ojos. No nos dijimos nada, no era necesario.
Una vez terminó
con mi mejilla, fue a por mi rodilla. Me levantó el pantalón del pijama y lo
arremangó hasta el muslo. Agarró mi pierna, por detrás de la rodilla, y la
examinó con atención. Me dio suaves toques, con un algodón empapado en agua
oxigenada y sopló, a la vez, para que me escociera menos.
Media hora
después, llamaron a la puerta. Oliver suspiró y se levantó para abrir.
—Ya voy yo, fijo
que es mi madre —informó a mi hermano.
Supe el momento
exacto en el que mi amigo abrió la puerta por los gritos de su madre, que
llegaron hasta la cocina. Cuando entraron en la estancia y Laura me vio, le
cambió la expresión de la cara. No me había mirado en el espejo, pero no me
hacía falta, debía de tener un aspecto espantoso. Y los algodones con sangre
seca y los tubos desinfectantes, encima de la mesa de la cocina, tampoco ayudaban.
Para rematar, aún tenía el pantalón remangado, que dejaba la herida de la
rodilla al descubierto.
—Dejadnos solas,
chicos —ordenó a mi hermano y a su hijo pequeño sin dilación.
—Mamá…
—Ahora, Oliver. Y
sécate ese pelo. —Oliver seguía con el pelo húmedo y se le había rizado por las
puntas. Me resultó muy curioso que, en mi situación, me fijara en esas cosas.
Mi hermano y mi
amigo obedecieron y se marcharon. Nos quedamos las dos solas. En silencio.
—¿Qué ha
sucedido, Sara? —Laura se quitó el abrigo y lo colocó en el respaldo de una de
las sillas de la cocina. Se sentó, enfrente de mí, en la misma silla que
momentos antes había ocupado su hijo.
No contesté.
Pensar en ello suponía ponerme a llorar y no quería.
—Cariño, sé que
no soy tu madre, pero déjame intentar ser algo parecido. —Me cogió la mano con
las suyas—. Habla conmigo. Necesitas sacarlo. Cuéntame qué ha pasado. No voy a
reñirte por escaparte del colegio, solo pretendo ayudarte.
Yo seguía sin
emitir palabra. Suspiró de manera ruidosa. Me recordó a Oliver.
—Yo también he
tenido tu edad, y ese sufrimiento que hay en tus ojos solo puede deberse a una cosa.
—La miré interrogante —. Mal de amores. ¿Es por ese chico? ¿Will?
Asentí con la
cabeza, era lo máximo que era capaz de hacer.
—Hija, ojalá los
padres pudiéramos guiaros por el camino de la vida para evitar que os
equivoquéis y que sufráis. Pero no podemos, tenéis que ser vosotros los que os
caigáis y aprendáis a levantaros. La vida no es fácil y está llena de pruebas,
pero no estás sola. Yo no puedo dar los pasos por ti, pero voy a estar a tu
lado todo el camino. Si tú me dejas, claro.
—¿Va a dejar de
dolerme?
Sabía que no me
refería ni a la herida de mi cara, ni a la de mi rodilla.
—Oh, cariño —se
levantó de la silla y me abrazó. Rompí a llorar—, por supuesto que sí, quizá no
desaparezca del todo. Eso depende de lo reales que sean tus sentimientos hacía
él. El amor adolescente es… amor adolescente, intenso, sin duda, pero ¿real? Ya
veremos. Cada día dolerá menos y te sentirás mejor, te lo prometo.
—Quiero que pase
el tiempo rápido, no soporto que duela tanto. —Tenía el rostro apoyado en su
hombro y le empapaba toda la camisa con mis lágrimas, mientras sus brazos me
aferraban con fuerza.
—Shhh. Llora
cariño, déjalo salir.
Un rato después,
seguía sin poder calcular cuánto tiempo había pasado. Permanecía sentada en el
sofá con las piernas flexionadas y la cabeza apoyada en el hombro de Laura.
Conseguí conciliar el sueño, pero antes escuché, adormilada, la conversación de
Oliver con su madre.
—Vete a la cama, Oliver. Tienes que dormir,
estás a punto de desfallecer.
—No, no importa. Estoy bien.
—Vete a la cama. No es una sugerencia.
Me dormí.
Desperté en el
sofá de mi casa. Alguien me había tapado con una manta. Sospeché que no había
pasado apenas tiempo desde que me había quedado dormida. A pesar de que me habría
gustado poder conciliar el sueño durante más de dos horas seguidas, era imposible;
las imágenes de Will con Tessa se negaban a salir de mi cabeza. Alex, sentado a
mi lado en el sofá, percibió que me había despertado.
—Acabo de hablar
con Amanda. —Amanda. Como mi hermano
ya no estudiaba en el colegio, no tenía que dirigirse a ella como «directora
Peters»—. Le he dicho que estáis en casa, Oliver y tú. Ni te imaginas la que se
ha liado. Papá viene de camino, que lo sepas. Ha cogido el primer vuelo para
Edimburgo. Llegará en unas horas. ¿Qué ha sucedido, Sara? Necesito que me des
algún tipo de explicación.
Oliver apareció
por el salón; se le veía cansado, no tenía pinta de haber dormido más que yo. Se
sentó en la mesita de enfrente del sofá. Sonó un teléfono móvil. No reconocí la
melodía. No era el mío, ni el de Oliver.
—Daniel —respondió Alex—, sí, está aquí. No, llevamos unas horas en
casa. No, no está sola, Oliver también ha venido. ¿Cómo que por qué coño no te
he llamado? Aquí el que tiene que pedir explicaciones soy yo. ¿Vienes a casa?
—Oliver se movió de su asiento e hizo un gesto de negación a mi hermano Alex. Parecieron
entenderse entre ellos—. No, Daniel, no
vengas. ¡He dicho que no! ¡Tú te quedas en el colegio, voy a llamar para que no
te dejen salir! ¡Pues te jodes! Es lo que tiene ser menor de edad. ¡Coño!
¡Puto niño!
La conversación
cesó de repente. «Daniel ha debido de colgar el teléfono».
—¿Me vas a explicar
qué ha pasado? —Mi hermano parecía cansado de aquella situación.
—He pillado a
Will con Tessa, en la cama.
Alex abrió los
ojos por la sorpresa.
—Sí, haciendo lo
que estás pensando.
—No puede ser, Will
no haría algo así. Está loco por ti.
—Sí, al parecer
por mí y por Tessa, como mínimo… —Me tumbé en el sofá y me cubrí la cabeza con
la manta. Al poco, me dormí.
Aquel día
transcurrió como si fuera un sueño; hubo momentos en los que no estaba segura de
si soñaba o estaba despierta. «¿Ha venido Laura a obligarme a comer? ¿Ha
discutido Alex, de nuevo, por teléfono con Daniel?». Empecé a tener consciencia
del tiempo que transcurría. Estaba a punto de anochecer. Había pasado un día. Toda
la pandilla contactó conmigo a través del teléfono de Olly; no sabía ni dónde
estaba el mío. Lo había perdido. Hablé con todos ellos y les dije que estaba
bien, que no se preocuparan.
Mi padre
apareció por la puerta de casa después del anochecer. Se le veía muy enfadado.
Echó a andar hacia mí, dispuesto a echarme la bronca del siglo, hasta que vio
mi expresión. Y mi cara, que, aunque aún no me hubiera mirado al espejo, sabía
que no estaba en uno de sus mejores momentos. Se detuvo en mitad del salón.
—Hija, ¿qué te ha
ocurrido?
—Papá…
Me levanté del
sofá y eché a correr a sus brazos. Lo abracé con todas mis fuerzas. Tiró el
maletín al suelo y me devolvió el abrazo.
—Shhh, tranquila,
cariño, ya estoy aquí. —Mi padre me acarició la espalda y me besó la cabeza. Todo
iría bien. Mi padre había llegado.
—Papá…
Esa noche, Laura
regresó a mi casa con su marido y su hijo Nick. Me entretuvieron con viejas
historias de cuando ellos eran adolescentes. Consiguieron que olvidara mi dolor
por momentos, pero la tranquilidad no duró demasiado.
—Sara, cariño, no
te obligo a ir mañana al colegio porque son las dos de la mañana y quiero que
descanses, pero, pasado mañana, tienes que regresar. He hablado con Amanda y he
conseguido suavizar la situación. No habrá consecuencias académicas por lo que
has hecho, pero no vuelvas a hacer algo así, no te imaginas lo preocupada que
estaba hasta que Alex la avisó de que estabas en casa. Estuvo a punto de llamar
a la policía para que te buscaran. Hacerse mayor significa hacerse responsable,
lo entiendes ¿verdad?
—Sí, papá.
No había opcion a réplica, debia volver a mi infierno particular. Por supuesto que no habría consecuencias, contaba con ello. Sé cómo funciona mi mundo. No quería enfrentarme a Will ni a Tessa, pero m padre tenía razón. tenía que madurar y afrontar las cosas.
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