¡Hola, Cabaners!
Como muchos de vosotros ya sabéis, hoy, 28 de abril, es el cumpleaños de nuestro querido Hugo Cabana (insertar corazoncitos aquí) y he escrito este relato en su honor. Y me he reencontrado con su MARAVILLOSA voz. Y ha sido increíble. Mágico. Espero que os guste. Sin más preámbulos, allá va, pero un aviso primero. Este sería el cumpleaños que Hugo pasa meses después del final de su libro, de la escena del TE QUIERO en la acera, y, por ende, meses antes de su epílogo:
Mañana
es mi cumpleaños. Dylan ha venido a pasar unos días en el pueblo aprovechando
que tiene un descanso en la gira y me ha dicho que no haga planes de ningún
tipo con nadie. Con nadie. No he podido sonsacarle nada más y no será porque no
lo he intentado. No suelta prenda ni con cosquillas, y eso que suele soltar de
todo cuando se las hago. Tiene una zona especialmente sensible en la cadera que
le vuelve loco. Pero nada. Así que nos hemos venido a comer a casa de mis padres,
por si mañana me lleva a la luna o vete a saber a dónde y no puedo verlos. Y venir
a casa de mis padres supone aparecer a las doce del mediodía para el aperitivo
y desaparecer casi a la hora de cenar.
—En
fin —digo en voz alta, dando por concluida la sobremesa de más de tres horas que ya llevamos—, nosotros
nos vamos ya.
Me
apetece un poco de tranquilidad en mi casa. Con Dy. Llevamos aquí encerrados
todo el día.
—A
Dylan no se lo ve con ganas de ir a casa —me dice River, señalándolo con la
cabeza. Está hablando muy entretenido con mi madre al otro lado de la mesa.
—A
Dylan ya lo convenzo yo.
—Eso
quiero verlo —exclama Marc con parsimonia. También con jocosidad, cómo no.
—Y
yo. —Adrián.
—Venga,
pues yo también —se suma Jaime.
Aguántalos.
—A
mí me parece que no os vais a ninguna parte, hijo —me dice entonces mi padre.
—¿Por
qué?
—Viene
una tormenta. Y de las fuertes.
—¿Qué?
Me
levanto a todo correr de la mesa y me acerco al ventanal del salón. Miro hacia
el cielo y compruebo que, en efecto, viene una tormenta de las fuertes. Miro la
moto de Dy aparcada delante del jardín. Si salimos ya y nos damos prisa, puede
que lleguemos a nuestra casa a tiempo.
—Ni
lo pienses —me dice mi padre, antes de que me dé tiempo a abrir la boca—. No
voy a dejaros salir a la calle en moto cuando está a punto de caer una tormenta
sobre vuestras cabezas. Os esperáis a que pase.
Joder.
—¡Mamá!
—grita Marc—. ¿Me dejas sacar el Monopoly?
—¡No!
—responde mi madre al instante.
Me
acerco de nuevo a la mesa, al extremo donde se encuentran Dylan y ella. Coloco
las manos encima de los hombros de Dylan y le doy un ligero masaje. O lo
toqueteo sin más. Casi lo escucho ronronear. Casi ronroneo yo en respuesta.
—Mamá,
por favor —insiste mi hermano—, vamos a portarnos bien. Te lo prometemos. ¿A
que sí, tíos?
Yo
no me pronuncio. No me gusta mentirle a mi madre.
—Sí,
por favor —le apoya Pris—, prometemos portarnos bien. Hace muchísimo que no
jugamos y me apetece un montón. Y más si vamos a quedarnos aquí encerrados.
Podemos aprovechar ahora que Álvaro está dormido.
—¿Por
qué no pueden jugar los Cabana al Monopoly? —le pregunta Dy a mi madre.
—Exceso
de competitividad que atenta contra la unidad familiar. Les prohibí jugar en
1999, en 2010 y en 2016. Y aquella vez me juré a mí misma que sería la última.
Dylan
va a abrir la boca de nuevo, pero Alex le frena.
—Yo
que tú no lo haría —le advierte. Y bien advertido; nos conoce demasiado, pero
Dylan hace oídos sordos y pasa de él. Dylan pasa de todos cuando le conviene.
—Pero
ya han madurado. La gran mayoría, al menos. Cuando quieras los analizamos uno a
uno, tengo cuerda para rato. Déjales, mujer. Yo me responsabilizo.
—No
sabes lo que dices.
—Por
favor. —Dylan le pone ojitos a mi madre. Y nadie puede resistirse a los ojitos
de Dylan. Y mi madre menos. Está casi a mi nivel.
—Muy
bien, pero luego no quiero lloros. De nadie —nos dice a todos.
¿En
serio nos va a dejar jugar? No me da tiempo ni a responderme a mí mismo. Al segundo,
Marcos ya ha subido al desván a por el juego, Adrián y Priscila están
despejando la mesa y llevando los platos sucios del postre (flan) a la cocina,
River recoge los vasos y yo las migas de pan para dejar el mantel totalmente
limpio y despejado. Alex nos mira negando con la cabeza y Dylan y Jaime nos
contemplan divertidos. Los perros se alborotan al ver tanto movimiento
repentino. Van hacia la puerta, pensando que nos vamos ya, pero Dylan los trae
de vuelta y los tranquiliza.
Cuando
tenemos todo listo, nos sentamos por parejas. Sin pensarlo. Mi madre con mi
padre. Yo con Adrián. Alex con Marcos, pero en cuanto se sientan y ven que Cata
no está, Marcos se levanta (con una mirada de aceptación de Alex) y se sienta
con River. Pobre Riv. Lo único que le faltaba ya era no tener ninguna
posibilidad de ganar al Monopoly.
—Vamos,
Reina del Desierto. Tú conmigo.
Es entonces cuando Priscila pone los brazos en
jarras y mira a su marido con mala cara. Y yo ya sé que se va a liar.
—¿Soy
tu segunda opción? He visto que te sentabas con Marcos primero.
—No
me gusta perder al Monopoly contra tus hermanos, pero, vamos —da suaves
golpes en la silla que está junto a la suya—, hacemos equipo y a por ellos.
Hasta
yo he detectado el tonito de condescendencia. Mal, Alex, mal. Pareces nuevo.
Niego con la cabeza y me aguanto la risa. Saco las tarjetas de «suerte» y de
«cofre de la comunidad» de la caja y las coloco en dos montones encima del
tablero. En serio, me contengo mucho la risa.
—¿Alguien
puede explicarme eso?
Joder.
Mierda. Levanto la cabeza. Dylan, de pie, frente a nosotros, nos señala a Adri
y a mí con el dedo.
—Adri
y Hugo siempre van juntos —le explica Priscila.
—Iban
juntos.
—No,
no —se me adelanta Adri—, vamos juntos.
—Babe
—le digo, para camelármelo, le encanta que lo llame de esa manera—, es solo un
juego. Ponte con Jaime. Seguro que lo hacéis genial.
—¿¿Perdona??
—¿Pues
sabes qué? —dice mi hermana—. Dylan, tú conmigo —le coge del brazo y se sientan
frente a nosotros. Dylan muy indignado. Yo llevo los ojos al cielo. No pienso
ponerme con él y perder por muy hombre de mi vida que sea. Que esto es el
Monopoly, joder. Tonterías las justas.
—Ey,
ey, ey —se queja Alex—, eso me deja a mí con Jaime.
—Un
placer, St. Claire.
Jaime
se sienta junto a Alex tan feliz y Alex nos mira a todos con cara de: «¿En qué
momento ha pasado esto?». Mis hermanos y yo encogemos los hombros. Cosas del
directo. Adri y yo cruzamos una mirada: dos menos. O mejor, cuatro menos. Solo
tenemos a Marc y Riv de rivales fuertes, porque mis padres tampoco cuentan. Lo
saben ellos y lo sabemos nosotros. Bah, pan comido. Elegimos las fichas y
comienza el juego. Dylan me mira con muy mala cara.
—Te
dejo empezar. Venga, tira —le digo para apaciguarle.
—¿Me
dejas empezar?
—Sí,
por ser quien eres, pero que no sirva de precedente.
—¿Por
ser tu pareja?
—Justo.
—Le guiño un ojo. Dylan tuerce el morro. Y qué guapo está, pero, venga, Hugo,
al juego.
—Te
veo un poco crecidito, babe. Que aquí todos sabemos que eres el rey del
patinete, pero no el rey del Monopoly. Que ese quizás sea yo y te vaya a hacer
morder el polvo.
Le
levanto una ceja.
—No
empieces una guerra que vas a perder, Dy —le digo—. No has jugado al Monopoly
en tu vida. Y yo llevo toda la mía compitiendo con estos cuatro hermanos que
mis padres me han dado.
—Ya
veremos, a lo mejor soy una máquina.
—Demuéstralo
y en la próxima vas en mi equipo.
—Quizás
entonces el que no te elija sea yo.
Me
río. Me encanta cuando se enfurruña. Está para comérselo. Luego.
—Venga,
tira, anda.
—Voy,
pero antes decidme algo, ¿de qué trata el juego?
Si
es que lo sabía.
Más
de cuatro horas, unas pizzas para cenar y tres discusiones después (una de ellas
muy gorda; mi madre casi nos quita el juego, pero hemos librado), mis padres
están en bancarrota; Alex, desesperado (también ayudando a su mujer siempre que
puede); Jaime se lo está pasando de madre, aunque vaya perdiendo; Riv y Marcos
han empezado a sudar porque Adri y yo vamos a la cabeza, muy a la cabeza, y
Priscila y Dylan luchan como titanes por no caer en bancarrota como mis padres,
pero… les quedan dos telediarios. O uno. Y yo tengo la jugada perfecta. Si no
fuera porque Alex ha vuelto a beneficiar a su mujer…
—Alex,
deja de tratar a Pris como si fuera caballito blanco, me estoy empezando a
mosquear —le dice Adrián.
—Los
eliminamos y ya. A por la guitarra —le digo yo a Adri señalando la guitarra de
metal en miniatura sobre el tablero. Basta ya de concesiones, hombre.
—Ese
soy yo —se queja Dylan.
—Lo
sé.
Dylan
se gira hacia mi madre. Muy indignado.
—¿Por
qué no me has avisado de que tu hijo el mediano era el peor de todos?
—Sinceramente,
no lo creí necesario. Vives con él.
Dylan
masculla. Masculla mucho. Yo le lanzo un beso. Y lo animo para que tire el dado
ya de una vez:
—Tira,
babe. Pero no saques ni un tres ni un cuatro ni un cinco porque tengo la
zona más construida que Benidorm y te voy a arruinar a impuestos.
—Buah,
cómo me estás cabreando, Hugo.
—Uy,
te ha llamado Hugo —me dice Adri.
—Me
pone un montón —afirmo yo con una sonrisa.
—Me
estás tocando mucho las pelotas.
—Hugo
es muy tocapelotas —dice Marcos—. De siempre. A ver, no literalmente, que
también.
—Pues
las mías no las va a tocar más.
—¿Seguimos
hablando figuradamente? —pregunta Jaime en voz alta, a todos a la vez.
—No
—responde Dylan.
—Vamos,
babe —le digo. «Tira ya el dado» era lo siguiente. Menos mal que eso me
lo he callado. Porque se ha puesto de peor humor. Pero, a ver, tiene que tirar
ya.
—Ni
babe ni pollas.
—Eso
es muy de Hugo —afirma Riv.
—¿Tocar
las pelotas?
—No,
lo de «ni babe ni pollas».
—Todo
se pega —afirma Adri.
—A
por ellos —le dice Pris a Dy.
—A
fuego.
—Eso
también es muy nuestro.
—Venga,
tira.
Dylan
coge el dado de mala gana, tira y… ¡Cinco! Directo a la bancarrota.
—No
lo hagas —me dice.
—Y
una mierda que no —le responde Adri. Y mira que Adrián adora a Dylan. Pero es que esto es el Monopoly. Por eso
lo hacemos. Los llevamos a la bancarrota sin despeinarnos. ¡Dos menos!
—¡Jolín!
—grita Priscila—. Teníamos que haber practicado más al Monopoly —le dice a
Jaime.
—No,
Pris —le responde Adri—, tienes que dejar de ir siempre a por las mismas
calles, nos sabemos tu juego.
—No
voy siempre a por las mismas calles.
—Claro
que sí —afirmamos los cuatro hermanos a la vez.
Es
justo cuando mi sobrino comienza a berrear a través del intercomunicador, tercera
vez que se despierta ya. En su línea. Mi madre va a levantarse, al igual que
las dos veces anteriores, pero Pris la detiene con el brazo.
—Ya
voy yo, mamá, y de paso me meto en la cama. He acabado por hoy.
—Estoy
superorgulloso de ti, Pris —le dice Adri—. Esa manera tan madura de asumir que
has perdido es de aplauso.
River,
Marcos y yo nos desternillamos de risa. Pris le saca el dedo corazón. Adri le
lanza un beso.
Es
casi medianoche y, dado que nos hemos liado un poquito con el Monopoly,
nos quedamos a dormir todos aquí. La tormenta no sabemos ni cómo va. ¿Habrá
pasado? ¿No habrá pasado? Nos hemos abstraído con el juego. Suele pasarnos.
—Yo
también me voy —señala Alex.
—¡Ey!
¿Y el juego? —se queja River.
—Me
rindo.
—¿¿¿Estás
loco???
—Yo
ya soy padre y el deber me llama. Madurad, joder.
—Nosotros
también nos vamos —añade mi madre—, no os quedéis hasta muy tarde. Buenas
noches.
—Yo
también me voy a la cama —dice Dylan. Entonces me mira a mí—. Espero por tu
bien que el sofá de tus padres sea cómodo porque es donde vas a dormir.
Mierda,
eso lo ha aprendido de Cata; pasan demasiado tiempo juntos. Me cago en todo.
Pero yo no soy River.
—No
voy a dormir en el sofá. Voy a dormir en mi cama.
—Por
encima de mi cadáver.
—Encima.
Debajo. Donde tú prefieras, babe. Te dejo elegir.
—Te
veo de muy buen humor, Huguito. Ya se te pasará, cuando te des cuenta de que
hoy no vas a follar. Buenas noches, Cabanas.
—El
«Cabanas» ha ido con retintín, Hug —me dice Marcos.
—Lo
he oído.
—Y
tú hoy no follas.
—También
lo he oído.
—Es
que te has pasado, Hug. Has ido a por él. No controlas.
—Vete
a la mierda.
—Y
tú al sofá.
Miro
el tablero, un tablero que estoy a punto de ganar, y miro hacia las escaleras
por donde acaba de desaparecer Dylan. ¡Joder! Me levanto a todo correr y voy
detrás de él. Echo un vistazo rápido a los perros y los veo dormidos en el
sofá. Pues ahí se quedan. Ellos, sí.
—¿Y
el juego? —me pregunta Adrián.
—¡Me
rindo!
—¡No
me jodas!
Escucho
las carcajadas de Marcos mientras subo las escaleras. Un choque de palmas con
Riv (como si los viera) y su posterior conversación.
—Le
he buscado las cosquillas. Hug es muy fácil.
—Lo
he visto. Bien hecho, Marc. Y, ahora, a por Adrián.
—Qué
cabrones sois.
—Puedes
hacer pareja con Jaime, también se ha quedado descolgado.
—Jaime
no juega una mierda al Monopoly.
—Me
rompes el corazón, rubio. En mil pedazos.
—¡Exijo
la revancha! —grito yo.
—¡Ya
veremos!
Llego
al segundo piso y me cruzo con Dylan que sale del baño. Alcanzamos a la vez la
puerta de mi antigua habitación, o nuestra habitación, porque ahora es nuestra
habitación. No es que la usemos mucho, pero en Navidades y en alguna que otra
fiesta nos quedamos siempre a dormir aquí. Le dejo que entre él primero.
—¿Sabes
que me has hecho perder ahí abajo por venir a buscarte cuando tenía la victoria
al alcance de la mano? —le pregunto una vez estamos los dos dentro.
—No
me va a dejar dormir la pena —me replica, de camino a la cama.
—No
te voy a dejar dormir yo.
—¡Ni
lo sueñes! —me dice girando la cabeza para mirarme. Después, vuelve a lo suyo.
Cierro
la puerta del dormitorio, me apoyo en ella y lo observo hacer con los brazos
cruzados y una sonrisa. Lo observo sentarse en la cama y desprenderse de las
deportivas y de los calcetines. Lo observo quitarse la camiseta y lanzarla al
suelo. También me lo como con los ojos. Y entonces…, entonces, suena el tic tic
de mi reloj. El que marca las horas en punto. Son las doce en punto. Y es mi
cumpleaños. Yo levanto mi mano derecha en señal de: «Mira, Dy, ha sonado mi reloj»,
y Dylan se levanta de la cama enfadado y se aproxima un par de pasos a mi
posición.
—¡Eso
no es justo! Estoy cabreado contigo y con tu competitividad.
Saco
el móvil de mi bolsillo y lo dejo en el primer mueble que tengo al alcance.
Pero antes selecciono una canción en Spotify. Una canción que no es más que artillería
pesada pura y dura para este tipo de ocasiones. La pongo en bucle, para que
suene una y otra vez, y apago la luz del dormitorio; soy capaz de distinguir su
silueta a la perfección gracias a la luz de las farolas que se filtra por la
ventana.
Oh.
Oh no, oh no.
Oh yeah.
Diridiri, dirididi, Daddy.
Go.
Oh no, oh no.
Oh yeah.
Diridiri, dirididi, Daddy.
Go.
—¿Y?
—me acerco yo también a él con un objetivo muy claro: comérmelo.
—Y
estoy cabreado contigo y con tu competitividad. Y eso —me dice, señalando la
canción con el dedo— tampoco es justo.
Sí,
sabes que ya llevo un rato mirándote.
Tengo
que bailar contigo hoy.
No,
no lo es, pero me la suda. Nos encontramos a medio camino, en la oscuridad, con
la voz de Luis Fonsi como un único sonido de fondo que nos envuelve y nos
embruja. Como siempre que la escuchamos.
—A
ti te gusta mi competitividad —le digo. Le agarro por las caderas, mis manos
entre su piel y el pantalón vaquero, algo que provoca que cada parte de mi
cuerpo se sienta viva al instante, que me hormigueen las palmas solo por
tocarlo y…
—No
cuando vas contra mí y me machacas al Monopoly. Me has llevado a la bancarrota
sin ningún tipo de consideración. Debería darte vergüenza.
…
lo empujo por la habitación hasta que cae en la cama de espaldas. Y yo encima
de él. Comienzo a darle besos muy suaves alrededor de la mandíbula. Y uno
nuestras caderas. Nuestras erecciones rozándose la una con la otra y dos
gemidos que salen de nuestras bocas.
—Yo
te voy a enseñar a jugar al Monopoly —le digo con voz ronca—. Clases
particulares. Solo por ser tú.
—¿Y
me pondrás en tu equipo? —me responde, agarrándome del culo y embistiéndome con
fuerza. Y elevando mi excitación a la enésima potencia. Su toque… su toque
siempre me desestabiliza, sea donde sea.
—No,
pero te convertiré en un digno rival.
Dylan
ríe a carcajadas, y yo con él. Tanto que incluso perdemos presión en las caderas.
—Eres
un gilipollas.
—¿Cuánto?
—Meto las manos en su cabello, se lo revuelvo, acaricio, y aproximo mi boca a
la suya a menos de un suspiro de distancia. Todavía no se tocan. Y aun así ya
encajan.
—Mucho.
Pero te quiero igual. Con locura. Feliz cumpleaños, babe.
Puedo
ver el brillo de sus ojos en medio de la oscuridad. Y puedo escuchar lo que me
dicen. Lo que me gritan. Lo mucho que me aman. Y ya no aguanto más. Uno
nuestros labios del todo en un beso que consigue estremecernos a los dos, como
si nos hubiéramos electrocutado. Porque es posible que Dylan y yo nos hayamos
dado millones de besos en la boca, y que este sea el millón más uno, pero yo lo
siento como el primero. La misma fuerza. La misma sensación. La misma magia.
Introduzco
mi lengua en su boca y, cuando se encuentra con la suya, Dylan me agarra de la
cintura, nos gira hasta quedar él encima de mí y toma el control del beso.
—Llevas
demasiada ropa encima —pronuncia sobre mi boca.
—Quítamela.
—Sí,
señor cumpleañero. A sus órdenes.
Me
incorporo para que pueda sacarme la camiseta por la cabeza y vuelvo a
recostarme para que me quite las deportivas, los calcetines, los pantalones y
la ropa interior. Yo le ayudo levantando el trasero y aprovecho para meter las
manos en su pantalón y soltarle el botón y bajarle la cremallera. No me da
tiempo a más. Me tumba de nuevo en la cama y ataca mi boca con su lengua sin
piedad. Y ataca mi entrepierna desnuda con la suya a medio camino, haciéndome
el amor con unas embestidas tan potentes y certeras que podrían hacer que me
corriera a lo loco en pocos segundos. El gusto que siento es indescriptible. La
sangre corriendo por mis venas a toda velocidad. Podría estar haciendo esto
durante horas. Días. Semanas. Sin parar. Hasta quedarme sin fuerzas. Hasta
desfallecer. Con él. Solo con él. Siempre con él.
Dylan
comienza a gemir al ritmo de sus movimientos, que nos masturban a ambos a la
vez, y esconde la cabeza en mi cuello. Y yo necesito besarlo más, por donde
sea, por todas partes. Alcanzo con mis manos el cabello que le cae sobre la
frente, húmedo por el esfuerzo, y con mi boca abierta alcanzo lo primero que
pillo, la parte baja de su mandíbula. Afianzo mis labios sobre ella y comienzo
a succionar. Mucho y muy fuerte. La piel de Dylan es afrodisíaca. Sabe a
música, y a suavidad y a fuerza al mismo tiempo. Es el mejor puto sabor que he
probado en la vida.
—Para,
para —le digo—. Voy a correrme ya.
Dylan
levanta la cabeza y sonríe. Y en un movimiento rápido, termina de bajarse los
pantalones y la ropa interior.
—Pues
córrete.
Cuando su erección desnuda toca la mía y
comienza a frotarse de nuevo… Y esa canción que no deja de sonar, y esos
recuerdos que me vienen a la cabeza de él masturbándome con la mano en aquel
sueño con mi cuerpo contra la pared, esas oleadas de placer, y ahora lo tengo
así, encima de mí, amándome…, simplemente no lo aguanto más. Abro las piernas,
rodeo sus caderas con ellas y me corro a lo grande. Y mientras le gimo al oído
me doy cuenta de que él también se está corriendo, porque siento su humedad en
mi piel y su grito en mi alma.
—Joder
—exclamo al terminar, una vez Dylan cae derrotado encima de mí—, ha sido… ha
sido…
Ha
sido un frotamiento de penes de adolescentes, joder, pero ha sido la hostia.
—Ha
sido el principio —me dice él. Se desprende del todo de su ropa y limpia por
encima el semen de ambos de nuestros cuerpos. Entonces se agacha de nuevo y
comienza a besarme el pecho y a acariciarme por todas partes. A quemarme la
piel con su toque. Me besa los pezones, los muerde y baja. Baja. Baja. Baja. Mi
cuerpo despierta de nuevo. Abro las piernas, una vez más, todo lo que dan de sí
y…
Sube.
Sube. Sube. Sube.
Y
unos golpes frenéticos en la puerta del dormitorio nos sobresaltan.
—¡Hugooo!
—¡Hugo!
—¡Hug!
¡Feliz cumpleaños!
Mis
hermanos. Dios, los voy a matar a todos. Los golpes en la puerta amenazan con
tirarla abajo y sus voces cantando el «cumpleaños feliz» más desentonado de la
historia amenazan con una nueva tormenta.
—No
les hagas ni puto caso —le digo a Dylan. Estábamos en algo importante, joder.
—Es
difícil ignorar a esos pequeños cabrones.
—¡Hugooooooooo!
—¡Me
voy a cagar en todos vosotros, Cabanas! —les grita Dylan, apartando la boca de
mi cuerpo.
—Vale
ya, que les vamos a joder el polvo de verdad —escuchamos decir a Riv.
—Yo
quiero joderles el polvo de verdad.
—Vamos,
Marc. —Gracias, Adrián.
—Aguafiestas.
Un
último golpe en la puerta:
—¡Seguid
con lo vuestro, tortolitos!
Es
entonces cuando Dylan emite un juramento, se levanta, coge una de las
deportivas que hay en el suelo y la lanza con fuerza hacia la puerta.
—Joder,
qué mala hostia. Ese ha sido Hugo.
Después,
con toda la tranquilidad del mundo, Dylan regresa a mí.
—¿Por
dónde íbamos? Ah, sí, yo estaba a punto de comerte la polla.
—¿Sí?
—Sí.
Y
eso hace.
—Oh,
joder —exclamo.
—Sí,
toda la noche.
Vuelvo
a abrir los muslos todo lo que puedo y muevo las caderas arriba y abajo al
ritmo de la boca de Dylan. Esto es la puta gloria. Primero me agarro a su
cabello, pero es tanta la adrenalina que necesito soltar que bajo las manos al edredón
y lo cojo con fuerza, estrujándolo entre mis puños. Mis caderas suben y bajan a
toda hostia y mis respiraciones se escuchan más que la propia música. Levanto
la cabeza y veo a Dylan meterse mi erección en la boca una y otra vez, chuparla
con la lengua, tragarse las gotas que ya comienzan a empapar la punta y dejando
caer su saliva hasta mi vello púbico. Y estoy a punto de correrme de nuevo. Él
lo sabe. Conoce mis gemidos. Se aparta de mi polla y sube a mi boca. Nos
besamos desesperados y nos frotamos de nuevo. Sudorosos. Y nos gemimos en la
boca. Enloquecidos.
Dylan
se da la vuelta y se coloca encima de mí, con su espalda en mi pecho. Con su trasero
en mi polla.
—Fóllame.
Ahora.
Dylan
abre las piernas y yo busco mi erección con la mano. La agarro, me quema, y lo
penetro con cuidado, saboreando cada milímetro. Hasta que estoy dentro. Nos
quedamos los dos con las piernas abiertas, jadeando, y yo comienzo a moverme,
entrando y saliendo. Dylan deja caer su cabeza sobre la almohada, que queda muy
por encima de la mía. Su pecho a la altura de mi boca. Y, entonces, sin dejar
de penetrarlo una y otra vez, lento, profundo, con una mano lo masturbo y con
la otra le rodeo la cintura y comienzo a besarle allá donde llega mi boca. Y le
muerdo. Le succiono. Le marco la piel mientras me lo follo y le hago el amor.
Dylan
se mueve conmigo, al principio también lento, pero llega un punto en el que
nuestros cuerpos necesitan velocidad y aceleramos los movimientos. Yo sin dejar
de succionarle la piel de la cadera con mi boca. Y por más que succiono y succiono,
que chupo y chupo, su sabor nunca desaparece. Estoy a punto de llegar al
orgasmo de nuevo. Se lo digo. Solo gime más alto en respuesta. Y yo me uno a
él, porque me corro. Me corro. Me corro. Me corro. Me corro dentro de él y saco
la polla justo para frotarme con uno de sus muslos e impregnarlo con mi semen. No
dejo de bombear su erección, hasta que Dylan explota, corriéndose con fuerza
sobre su estómago y mi mano.
—Joderrr
—exclama—. Los treinta y dos te han sentado de puta madre.
Yo
sonrío. Y le beso la cadera por última vez antes de que él se coloque a mi
altura y me bese los labios con dulzura. Una y otra vez. Y otra vez. Hasta que,
sin darnos cuenta, nos quedamos dormidos uno en los brazos del otro.
Horas
después, me despiertan sus besos y sus caricias. Y volvemos a hacer el amor
entre las sábanas. Estoy a punto de dormirme de nuevo, pero entonces me doy
cuenta de que no quiero dormirme. Quiero estar con él. Abro los ojos y veo que
está a punto de caer en el sueño más profundo de nuevo.
—Dy
—lo zarandeo con suavidad—, no te duermas.
Abre
los ojos.
—¿Qué
hora es?
—Muy
temprano. Levántate. Nos vamos.
Salgo
de la cama y comienzo a vestirme. Menos mal que en casa de mis padres tengo un
montón de ropa de la época en la que vivía aquí. Ropa para los dos.
—¿A
dónde vamos?
Voy
a contestarle, pero me quedo embobado contemplándolo de arriba abajo y
deteniéndome unos segundos de más en su rostro. Dylan recién levantado, con el
pelo alborotado y los ojos hinchados, es como un sueño hecho realidad. Mi sueño
hecho realidad. También le he dejado unos buenos chupetones en las caderas. Aún
no se las ha visto. Le quedan bien. Le quedan de vicio.
—Tú
solo vístete. —Le tiro una camiseta limpia y dejo de mirarle embobado. Es eso o
no salimos de aquí.
Abandonamos
el dormitorio a hurtadillas y bajamos las escaleras con cuidado de no despertar
a nadie; aún no ha amanecido. Aunque es inevitable despertar a los perros, que
vienen como locos a saludarnos. Me los llevaría con nosotros, pero quiero hacer
esto a solas con Dylan. Les engaño con un paseo rápido, con comida y con la
promesa de pasar el resto del día con ellos. Antes de salir de casa de nuevo,
abro el armario que tenemos en el recibidor y cojo uno de mis patinetes. El más
grande.
—¿Qué
pretendes hacer con eso?
—Llevarnos
a un sitio.
—¿Llevarnos?
¿Los dos ahí subidos, te refieres?
—Sí.
—No
lo veo, babe. ¿Por qué no vamos en moto? —me pregunta mientras salimos
de casa.
—Porque
es muy temprano y no quiero despertar al vecindario.
—Pero
qué educadito y considerado eres. Si es que —se acerca a mí y me da un sonoro
beso en la boca— te como.
Caminamos
tranquilos hasta que salimos de la urbanización y llegamos a la cuesta que nos
baja al pueblo. Coloco el patinete en posición y le hago un gesto a Dylan para
que suba. Él me mira con reticencia.
—¿Confías
en mí?
—Te
confiaría mi vida.
—Pues
deja de torcer el morro y sube.
—Está
bien. ¿Dónde me quieres? —¿Que dónde le quiero? Arqueo la ceja. Él ríe—. Joder,
babe, eres incansable. Oye, ¿no querrás follar en el patinete? Que la
última vez salió regular.
No
me lo recuerdes.
—No.
Anda, sube y siéntate lo más adelante que puedas.
Dylan
sigue mis instrucciones y se sienta en la parte delantera del patinete, dobla
las rodillas y coloca los pies en el borde. Yo me siento detrás de él, muy
juntos, pegados, estiro las piernas y nos muevo con las manos en el suelo para
emprender la marcha. Solo unos metros, porque en cuanto llega la cuesta…
bajamos a toda hostia. Y qué bajada. Dylan grita la mayor parte del tiempo, un
«jodeeerrr» que deben de oírlo en medio pueblo. Yo lo agarro con fuerza y
mantengo el equilibrio por los dos. Y lo disfruto como nunca. La velocidad. Su
cuerpo excitado delante del mío. El viento que me trae su olor al rostro, un olor
maravilloso, porque su olor es siempre maravilloso. El cielo que comienza a
clarear por el horizonte. El sonido del amanecer. El sonido de nosotros en el
amanecer.
Llegamos
hasta el final de la cuesta y Dylan me pregunta: «¿Repetimos?». «Luego», le
prometo. Emprendemos la marcha y vamos caminando hasta la heladería favorita de
Dylan. O lo que es lo mismo: hasta el «te quiero» dibujado en la acera al lado.
Coloco el patinete justo encima y le digo a Dylan que vuelva a sentarse. En
esta ocasión, él se sienta en la parte trasera y yo en la delantera.
—¿Y
qué hacemos aquí sentados a las siete de la mañana? Que no es que me esté quejando,
ya sabes que podría vivir en esta acera, en plan: montarnos una casa con
cartones y vivir felices de por vida, yendo a la heladería a por provisiones a
diario, oye, y con vistas al mar, muchos quisieran, pero sé que no es tu
estilo. Y de ahí mi pregunta. Además, no me has dado ni de desayunar. Comida de
verdad, me refiero. Y eso es raro en ti.
—Calla
un poco y mira lo que tienes enfrente.
Señalo
con el brazo la playa y el increíble amanecer que está a punto de comenzar
delante de nuestros ojos.
—Ah,
¿entonces se trata de eso, babe? ¿Me has traído aquí a las siete de la
mañana para que veamos el amanecer juntos? Si es que eres un romántico.
Sonrío,
pero no le hago ni caso.
—¿Qué
parte de que te calles no entiendes? —le digo de broma. Me encanta escucharlo parlotear
sin descanso.
—Pues
es que resulta que tengo un problema. Un problemón. Tú me traes aquí, todo
romántico, babe, y yo me doy cuenta de que es tu cumpleaños y de que
esta sería una ocasión perfecta para darte mi regalo, pero como me has arrastrado
en tu patinete sin avisar, ahora me encuentro con las manos vacías. Y me jode,
me jode mucho, porque habría sido perfecto. ¿No crees que habría sido perfecto?
No.
Perfecto es esto. Él y yo. No necesito ningún regalo.
—No
quiero nada.
—¿Ni
siquiera mis besos? —me pregunta meloso, acercando su boca a mi cuello y comenzando
a besarme con muchísima suavidad. Consiguiendo que se me estremezca todo el
cuerpo. Que se me erice el vello. Ronroneo en respuesta.
—Mmm…
—Te
quiero —susurra.
—Y
yo te quiero.
Siento
su sonrisa en mi cuello. Y más besos. Entonces Dylan pasa sus brazos por mi
pecho, me acaricia y los sube hasta mi cuello. Siento algo frío contra la piel.
Sorprendido, miro hacia abajo y me doy cuenta de que Dylan me está colocando una
cadena en el cuello. Un collar de oro blanco, muy muy fino.
—Menos
mal que yo siempre vengo preparado para todo, babe. Feliz cumpleaños.
—¿Qué
es esto?
Dylan
me la ata en la parte de atrás del cuello y yo la cojo con las manos. No es
solo una cadena, también le cuelga algo. Dos objetos: Una clave de sol, igual
que la que él lleva en el cuello y que yo le regalé, y una letra. Una letra «B».
—¿Es
una «B» de Bob?
—Idiota.
Es una «B» de babe. ¿Te gusta?
—Gustar
se queda corto. Muy corto. Gracias.
—Y
esto acaba de empezar.
—¿Qué
has preparado para celebrar hoy mi cumpleaños? ¿Me lo vas a decir ya?
—Qué
no he preparado, dirás. Tus amigos. Tu familia. Pedro. El pub. Música.
Comida. Un micrófono. Tú, yo y un Dancing in the Moonlight 2.0 que te va
a flipar. Entre otras cosas, claro, que no te pienso decir.
—Joder,
tienes que estar pasándolo realmente mal, guardándote todo eso dentro.
—Ni
te lo imaginas.
—Te
quiero —repito.
—Yo
más.
—Ni
de coña. Yo más.
—Cuelga
tú.
—No,
tú.
—Tú.
—Tú
…
Y
así continuamos, como dos gilipollas, hasta que amanece del todo. Y mucho más
tarde. Abrazados, su cabeza apoyada en mi pecho. Mirándonos. ¿Pueden dos
personas mirarse hasta la eternidad? Creo que sí. Y me siento tan… completo.
Feliz. Dylan es eso. Dylan es felicidad. Mi felicidad.
¡Es amor!
ResponderEliminarMe lo he leído dos veces, con eso lo digo todo :P
Es perfecto y bonito y ahora estoy llorando de amor ��
ResponderEliminarWow me ha encantado. La verdad que me tienen enamorada♥️
ResponderEliminarMadre mia muero de amor por dylan y hugo me inspiran tanta ternura adoró a los cabanas pero estos muero de amor.Gracias susana
ResponderEliminarMadre mía, cada vez te superas, enamorada de Hugo. Por favor que bonito.
ResponderEliminarMe ha encantado!!
ResponderEliminarHugo es amor del bueno!!! ♥️♥️♥️
Gracias por este regalo!
😍🥺😍🥺😍🥺😘🥺 estoy sin palabras! Tu si que eres magia Susana 😘😘
ResponderEliminarPero que bonito relato! Yo muero de amor con estos dos! Gracias Susanna por este regalazo! 😍😍
ResponderEliminarAins que amor ♡♡ como los quiero <3
ResponderEliminarAiiiinnnnsss... me ha encantado. Como tu dices no nos cansamos de ellos, esto solo demuestra que nos has dejado con ganas de mas de mucho mas...♥️♥️♥️
ResponderEliminarQue bonitos son y que química tienen. Muchas gracias Susanna!! 😘
ResponderEliminar¡Me ha encantado! Como los echaba de menos, ha sido precioso ❤❤
ResponderEliminarAbsolutamente perfecto. Los seguiria leyendo en bucle hasta el infinito. Son increíbles, tú eres increíble, Susanna. Gracias por este regalo
ResponderEliminarEsque me enamoran! Son perfectos. Feliz cumpleaños Hugo!
ResponderEliminarSencillamente, hermoso! Muchas gracias por este regalo. Besos
ResponderEliminarQue bonitos son..Amor con mayúsculas ��❤️
ResponderEliminarQue lindos son Juntos! Gracias Susana por darnos este regalo en el cumpleaños de Hugo
ResponderEliminarHermoso y divertido relato!! Ya quiero que llegue el 15 de agosto para leer el relato del cumple de Dylan!!!😍😍
ResponderEliminarMe encantan!!!! Feliz cumpleaños Hugo!!!! Que feliz que tengas a Dy a tu lado siempre
ResponderEliminarFeliz cumpleaños Hugo!!!! Genial el relato Susanna. Muchas gracias por compartirlo.
ResponderEliminarPor un momento pensé que el regalo era un anillo de compromiso... Pero no hace ni falta, un día perfecto con una pareja de ensueño. Precioso relato. Felicidades Susana, siempre superándote a ti misma.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por este regalazo, Susanna. Ha sido una maravilla poder volver con Hugo y Dylan (¡leería 32762 novelas con ellos!) y todos los demás, no sabes lo mucho que me ha gustado verles 💖
ResponderEliminarAiiissss ahora mismo estoy muriendo de súper amor 😍😍😍yo quiero ese colgante para mi también😭
ResponderEliminarMe ha encantado Sus! ❤️❤️❤️
Feliz Cumple, Hugo! 🎉🎉🎁🎁😘😘
Pero que boniiitooooo
ResponderEliminarFeliz cumple Hugo������
Y después del relato, veo de nuevo la ilustración y es perfecta!
ResponderEliminarAinsss por favor!! Son adorables y me encantan!!!! Me lo he pasado pipa con el momento Monopoly 🤣🤣.... Deseando leer más de Los Cabanas!! Gracias y feliz cumple Hugo!!!😘😘
ResponderEliminarSin palabras,cuando el talento es tan grande , hasta un pequeño relato te llega al corazón. Gracias Susana. Feliz cumpleaños Hugo����
ResponderEliminarPrecioso, emotivo, muy Hugo/Dylan.❤❤❤ y con pelea Cabana añadida. 😊
ResponderEliminarQue belleza de relato, es que Hugo y Dylan son tan especiales 💜
ResponderEliminar♥️♥️♥️Precioso!!
ResponderEliminarEs seguir enamorada de estos personajes que se quedan como una parte de nosotros, gracias por seguir dándoles vida, ��
ResponderEliminarEstoy In LOVE con Hugo, con Dylan, con la familia Cabaña. Y me encantado este cumpleaños. Muchas felicidades nene
ResponderEliminarHermoso. Hace como 2 meses me leí el libro y me enamore de Hugo y Dylan.
ResponderEliminarSon la personificación del AMOR con mayúsculas
ResponderEliminarNecesito más escenas de ellos! Me encantan, AAAA
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